Hoy hablamos de
Uno de los momentos del encuentro entre los presidentes Donald Trump y Vladimir Putin ayer en Helsinki.
19/02/2025
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Esta vez sí: Trump ha desplegado su delirio directamente hacia Europa. No hay tiempo que perder, quiere hacer el mundo suyo. Y parece que se lo ha creído. Cada día anuncia una etapa más de su proyecto de remodelar (o destruir) el planeta a imagen e interés de la tecnocasta que lo tiene al servicio de sus intereses y que es desde ahora beneficiaria de las medidas de reforma administrativa, con efectos directos en el bolsillo de Musk –este personaje infantil que exhibe impúdicamente a un niño hijo suyo en las salas del poder–. Es la hora de los egos incontrolados: Musk necesita no pasar desapercibido en cada exhibición de Trump. Y, sin embargo, pretender hacerlo todo y al mismo tiempo es un comportamiento delirante que la experiencia humana enseña que solo puede acabar de dos formas: con frustración o con el desbordamiento de un poder incapaz ni siquiera de controlarse a sí mismo (y solo tiene dos caminos, un autoritarismo desatado o la desbandada).

Cada día un nuevo anuncio solemne, sin dar tiempo al paso de las palabras a los hechos: como Dios, Trump, "lo dijo" y "así fue". Los modos y las maneras los conocemos: evidenciar el menosprecio al otro y lucir un tono de potencia imperial que apela a la claudicación. Pero de las palabras a las cosas hay mucho trecho. Y los milagros no existen. Las manías son evidentes: Europa está en primer plano de las obsesiones trumpistas. La quiere entregada y, en realidad, lo está ya bastante, como podemos ver en las actitudes de las derechas y de ciertos poderes económicos. Pero no le basta. Lo que le pide el cuerpo es humillarla, porque no la quiere como socia sino como súbdita de sus caprichos. Y qué mejor para acorralar a Europa que ir acompañado de Putin, para que este ponga las condiciones para acabar la guerra de Ucrania, que él ya las hará operativas. Evidentemente, sin consultar a Bruselas.

Las cartas son claras: ha habido un invasor y, por tanto, una parte del país ocupada. La guerra está estancada. Y Trump ha decidido que es el atacante quien debe determinar su salida. Ucrania, con el agua al cuello por el desgaste humano, económico, político y moral, tiene poco margen. Entre otras cosas porque Putin exigirá que no se le otorgue ningún reconocimiento, ni siquiera el derecho a la protección de la OTAN. Los dirigentes europeos, en su mayoría, ponen cara de resignación. Y las palabras del ministro Albares –"Una guerra injusta no puede acabar con una paz injusta"–, tristemente, hacen reír. El encogimiento político y moral de Europa es uno de los síntomas alarmantes de un momento en el que estamos asistiendo al término de la transición de Rusia, que, liderada por Putin, en veinte años ha pasado de los restos del totalitarismo soviético a formar parte de la extrema derecha del capitalismo internacional.

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