

Joan Anton Solans, una vez redactado el Plan General de Barcelona (1976), hoy todavía vigente, desplegó en el Ayuntamiento una intensa acción de gestión urbanística que incorporó tanto suelo público que el posterior ayuntamiento democrático recibió una herencia fabulosa. Y dos años antes del plan, en 1974, se había creado la Corporación Metropolitana de Barcelona, antecedente del actual Área (AMB). Después repitió la jugada como director general de Urbanismo de la Generalitat, con la creación del Incasòl, que opera en toda Catalunya. Nunca ha habido una acción similar en el frente trinitario de planeamiento, gestión e institucionalidad. Y de eso hace media centuria.
La desarticulación del urbanismo ha llevado al sobredimensionamiento del planeamiento y la dejadez en gestión e instituciones, hasta el punto de la retórica y el inmovilismo. Hay toda una clase profesional que cada día se encarga de centrar el urbanismo en el exclusivo trabajo de planificación, que pasa de herramienta a finalidad.
Y así, el actual plan director del ámbito del AMB, en curso de redacción, es una prefiguración, una imagen; eso sí con un grosor inmenso de documentación. Constituye la sacralización del planeamiento, el reino de los técnicos, y el posible desarrollo sólo será el simple cumplimiento del plan, nunca su desbordamiento. Esta magnificencia debilita el margen de la política posible y limita el futuro. Un día después en el que todavía habrá que hacer el plan general concreto, en una jerarquía que comenzó hace diecisiete años, con el Plan Territorial de la Región (PTMB), y que sigue. Todo ello forma un mundo sin mucho sentido, muy coherente con un gobierno del AMB que reúne desde Junts hasta Comuns pasando por PSC y ERC.
El tercer presupuesto de Catalunya escapa a la política del resto de gobiernos y consolida una herramienta de exclusivismo, negada al resto del país en nombre de un cierto narcisismo. Y, en cambio, la frontera de la política metropolitana debería trascender más allá del ámbito del AMB, con el Maresme, el Vallès y el ámbito de Martorell, hoy desatendidos y sin gobierno. El hecho metropolitano se juega en la periferia abandonada, pero un "gobierno de unidad", formado por el gran arco político catalán, prescinde de ello.
El PGM del 76 no fue una imagen sino un tablero de ajedrez abierto a múltiples partidas posibles e imprevisibles, entre ellas la olímpica. Se desarrolló a golpe de modificaciones de plan y con voluntad trascendente, justamente lo que ahora la idealización del planeamiento quiere bloquear. Ahora la política urbanística se convierte en hacer planes, cuando estos planes deberían ser una herramienta de la política territorial, y constituye una inversión de conceptos, porque los planes se convierten en más proyecto, más diseño e imagen que un marco de juego, y así se renuncia a la gobernanza pública. Y en estos momentos en Catalunya llevamos un montón de planes territoriales y sectoriales sin ninguna herramienta de gestión.
Con pocas excepciones a escala catalana, el urbanismo ha seguido en los últimos 50 años el modelo de los años sesenta: planes parciales privados de gestión ídem. Por este camino, ámbitos que se llamaban tecnológicos terminan en polígonos comerciales, y el colmo del progresismo ha sido obligar a terminar toda la urbanización (incluidos el verde y los bancos) antes del primer edificio residencial. Con una derivada obligada: suelo muy caro y degradación. Las administraciones se han conformado con una cesión del 10% del techo, hasta ahora mal vendido, cuando tampoco era la necesaria cuota de vivienda social; lo que fuese antes de ser agentes activos protagonistas. Seamos claros: en adelante será necesario que del orden de la mitad de todo el nuevo suelo urbano que se cree sea para política social de vivienda, en derecho de superficie. Ninguna administración está preparada, ni lo saben, ni existen las agencias para ello.
Necesitamos un marco como el que creó y disfrutó Joan Anton Solans: institucionalidad, planeamiento y gestión. Pero en medio siglo no hemos reproducido en ninguna parte ninguna corporación territorial tipo AMB: ni en el Pirineo ni en el Ebro, que claman atención al desarrollo, como tampoco en el Camp de Tarragona o en el Vallès. Sólo hemos consolidado el exclusivismo del AMB. Y el territorio es el principal capital público, cuya administración debería ser un potente vector de acción económica y social. Nada.
Por el camino actual no habrá ningún marco de política de vivienda, ni a corto ni a medio plazo –ahora que llora la criatura–, como tampoco de movilidad, o ambiental, con esa mirada amplia de la que Solans fue capaz. Sólo que entonces podía hacerse desde unos pocos centros: Ayuntamiento de Barcelona, Corporación, Generalitat y poco más, y hoy es necesaria una acción más sistemática y amplia. No en vano ha pasado medio siglo.
El enojo del urbanismo, con el aura de la sofisticación y con la excusa de su pulcritud incontaminable, alcanza una crisis profunda, una reducción que cierra toda innovación. En aras de detener los temores de un retroceso se bloquea todo futuro. Este hecho forma parte de la actual crisis de las administraciones, cuyo resultado político es del todo reaccionario. Por todo esto no creo que Joan Anton Solans pueda descansar demasiado en paz.