El viaje de la represión a la política

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Pedro Sánchez junto al presidente de los Socialistas Europeos, Stefan Löfven, en el Congreso Europeo Socialista en Málaga el 11 de noviembre.

1. Contra la derecha. La investidura de Sánchez, por fin, arranca. El mandato del 23-J se hace efectivo. ¿Qué decidieron los electores ese día? Dejar en minoría el tándem PP-Vox. Fue una sorpresa porque acababan de ganar las municipales y las mil voces del aparato mediático de la derecha española llevaban meses cantando victoria. La ciudadanía jerarquizó prioridades. Y ahora mismo la primera es detener la ofensiva de una derecha desplazada hacia el autoritarismo posdemocrático.

Los catalanes jugamos un papel importante en el movimiento que dejó la derecha con un palmo de nariz. No olvidemos que doscientos mil votantes independentistas optaron por el PSC, en un gesto de racionalidad democrática: ya retomaremos la independencia si es necesario, pero ahora no está a la orden del día. Resultado: el PP se quedará solo con Vox. El resto votarán en contra. Con los fascistas no se juega. Y Feijóo no sólo coopera, sino que incluso les ha querido blanquear, dándoles poder y reconocimiento por todas partes. Y lo ha pagado caro. Sánchez una vez más descoloca los poderes hispánicos, empezando por los históricos de su partido, con Felipe González al frente, que nunca le perdonarán que un año después de expulsarle de la dirección del PSOE se hiciera suyas las bases del partido y los expulsara a ellos.

2. Al límite. No cabe duda de que la legislatura será complicada por razones internas y externas. Con una alianza de actores tan diferentes –y todos con necesidad de sacar pecho frente a su público– el gobierno tendrá que gruar cada ley, cada votación. ¿Serán capaces los distintos aliados de moverse con realismo buscando ensanchar el marco de lo posible sin romperlo? ¿O volveremos a las insoportables disputas cara a la galería para hacerse notar pidiendo lo que se sabe que no se puede conseguir?

En el otro lado, no sólo la derecha sino también partes significativas del poder judicial y del poder económico se han desahogado sin miramientos contra “el golpe de estado” de Pedro Sánchez. En un PP desbordado por la frustración, Feijóo desempeña un papel de agitador de masas que no le sienta nada. Y no creo que imitar a Ayuso le facilite las cosas, sino que favorecerá más bien las intenciones de la presidenta madrileña. La coalición ha caído como una humillación. Primero, porque la victoria se daba por descontada (recuerden que Feijóo ni asistió al debate de candidatos del 23-J). Segundo, porque la investidura demuestra su soledad parlamentaria. Y tercero, porque el espacio de juego se abre: la amnistía y los acuerdos que le acompañan hacen un reconocimiento del independentismo y del proceso del 2017, que parecía tabú.

La realidad puede encuadrarse pero no se puede negar: Cataluña es como es, con su complejidad. Ni cómo dicen los independentistas, ni cómo dicen los espanyolistas. Y en el fondo éste es el cambio. Por mucho que Pedro Sánchez diga que se sentía tan cómodo con el 155 como con la amnistía, llegar hasta aquí no deja de ser un reconocimiento de que en el 2017 debía haberse actuado –y podía haberse hecho– de una otra forma. No debía haberse transferido la resolución del conflicto a la justicia. Que fuera así tienen culpa ambas partes: el gobierno de Rajoy y los que le apoyaron para que lo hiciera, y los dirigentes catalanes por haber proclamado la independencia con plena conciencia de que era imposible, una frivolidad de tristes consecuencias. Bien distinto hubiera sido si hubieran convocado elecciones.

3. Reconocimiento. La amnistía ofrece una posibilidad de regreso al principio de realidad. Por eso me sorprende la reacción de algunos académicos de tradición izquierdista, especialmente de Madrid, que insisten en presentar la amnistía como una agresión al sistema constitucional y un ataque a la justicia. Creo que la amnistía tiene una parte de sentido común: darse una nueva oportunidad. Pero sobre todo es reconocer que lo ocurrido en el 2017 nunca debería haber terminado en los tribunales. Debía haberse afrontado políticamente. Y ese reconocimiento es la base de cualquier reencuentro. Que la derecha lo rechace frontalmente es su guerra patriótica. Que Pedro Sánchez se corrija a sí mismo, y emprenda ese camino de reconciliación, interpela a todo el mundo. También a los dirigentes catalanes que en 2017 se entregaron a la pérdida de la noción de límites. Y lo pagaron caro.

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