La tercera década del siglo XXI es hasta ahora un período de fuerte expansión de la deuda pública y del papel del estado en las economías avanzadas. La grave crisis de salud pública causada por la pandemia disparó el gasto en 2020 y 2021. Luego, el estallido de la guerra de Ucrania y las turbulencias en los mercados energéticos y agrarios han prolongado un período excepcional de intervencionismo económico. ¿Será en 2024 el inicio de una fase de restablecimiento del equilibrio de las finanzas públicas? En el caso de los países de la zona euro, la aprobación de las nuevas reglas fiscales para los países miembros así parece indicarlo. Sin embargo, los enfrentamientos políticos serán severos porque en el seno de la unión económica y monetaria conviven dos culturas antagónicas de las finanzas públicas. Chocan los países conocidos como frugales y los que, de forma simétrica, podríamos calificar de derrochadores.
Las nuevas reglas fiscales, como siempre en Europa, son un equilibrio entre estas visiones opuestas. Son normas algo más flexibles que las anteriores. Pueden adaptarse a las circunstancias de cada país, con objetivos y plazos que deben ser asumidos por los países implicados y negociados con la Comisión Europea. Asimismo, se preservan unas referencias numéricas que puedan ser fácilmente comprobadas. Las normas querían evitar la complejidad de la normativa previa, pero esto no se ha logrado. La nueva reglamentación seguirá siendo muy controvertida y será papel mojado cuando haya serias dificultades para enderezar las cuentas públicas. Dado que la zona euro no es una unión política, las políticas fiscales sólo serán compatibles si se comparte una misma filosofía de las finanzas públicas. Éste no es el caso hoy en día y así es imposible que se genere la confianza necesaria entre los socios de la unión monetaria.
Los partidarios de unas finanzas públicas laxas se sitúan mayormente a orillas del Mediterráneo. La actual situación de la economía internacional les brinda en bandeja nuevos argumentos para incrementar el gasto. Como pagarla con impuestos es políticamente complicado, hacen manos y mangas para justificar la necesidad de mayor endeudamiento. Los objetivos de cambio climático, la autonomía en defensa de Europa o las inversiones en sectores estratégicos, todos ellos son argumentos a favor de mayor gasto público y mayor deuda.
En los países mediterráneos, cómo no, la austeridad tiene mala prensa dado lo que sucedió tras la crisis financiera. Por ejemplo, muchas crónicas sobre la coyuntura actual de Alemania atribuyen su estancamiento a la contracción del gasto público al que obliga el precepto constitucional que limita el endeudamiento. Se argumenta que esta regulación es una losa para la expansión de sus sectores económicos.
Pero es un malentendido profundo. Ciertamente, la política de reducción del déficit público puede agravar una situación de recesión, pero como mostró el malogrado profesor de Harvard, Alberto Alesina, todo depende de las circunstancias concretas, de si se aumentan impuestos o si se recortan gastos y, especialmente , de qué tipo de gastos se reducen. A la larga, la historia demuestra que una política fiscal de equilibrio, frugal, sale a cuenta. La prudente administración de las finanzas públicas y el límite del endeudamiento público reducen la carga de intereses de la deuda. El endeudamiento excesivo contrae los recursos disponibles por objetivos socialmente útiles, especialmente cuando los tipos de interés suben, como ha ocurrido últimamente. Los países frugales de Europa tienden a ser, cierto, los países ricos. Pero esto no significa que sean frugales porque son ricos, sino todo lo contrario. Es la frugalidad la que les ha aportado progreso económico y bienestar.
A lo largo de los últimos cuatro años, el endeudamiento público de la zona euro ha aumentado en 6,2 puntos porcentuales como proporción del PIB. Si nos fijamos en los cuatro grandes países del bloque, los aumentos más sustanciales, mira por dónde, han tenido lugar en Francia (15,5 puntos porcentuales), España (13) e Italia (8,2), precisamente los países que ya partían de un nivel más elevado de deuda. Mientras, en Alemania la deuda aumentaba sólo en 5 puntos. Es el mundo al revés, porque los países más endeudados deberían haber sido los más cuidadosos en el control del endeudamiento.
Los hechos muestran, pues, que las culturas de las finanzas públicas de los países miembros no convergen. No sé si la austeridad vuelve en el 2024, pero seguro que vuelve un conflicto profundo entre dos formas de entender el papel del sector público y su financiación.