BarcelonaLa economía catalana, como la del conjunto de los países desarrollados, sigue condicionada por el impacto de múltiples choques, de elevada magnitud y muy poco habituales. Algunos parecen empezar a perder intensidad, pero otros aún tienen que llegar a su punto álgido. Además, afectan de forma muy heterogénea a los diferentes sectores. En un contexto en el que los indicadores comienzan a debilitarse, todo ello hace que sea muy difícil diagnosticar bien la situación económica en la que nos encontramos.
Entre los numerosos choques que condicionan la economía, destaca el fuerte aumento de precios de los dos últimos años. Las presiones inflacionistas comienzan a dibujar una paulatina trayectoria descendente y en septiembre la inflación subyacente ya se encontraba por debajo del 6%. La cifra es todavía alta, pero la trayectoria decreciente es alentadora. Además, la moderación de las presiones inflacionistas está generalizada en la mayoría de los bienes que forman la cesta de la compra. De todas formas, el nuevo repunte del precio del petróleo y el aumento del precio de los alimentos por culpa de la sequía es probable que vuelvan a subir la tasa de inflación general dentro de final de año, y la sitúen por sobre el 4,0% aunque la inflación subyacente siga un curso de moderación.
Aumento de tipos
Otro factor que condiciona la buena marcha de la economía es el aumento de los tipos de interés. Las consecuencias ya se notan, y probablemente irán a más en los próximos trimestres, pero el impacto final es muy incierto. Así lo apunta el Banco de España en el último informe de previsiones, donde muestra que sus modelos estiman un impacto del aumento de los tipos de interés en el crecimiento económico muy distinto en función de las hipótesis utilizadas.
En el mejor de los casos, por cada aumento de un punto porcentual de los tipos, el crecimiento se reduce cerca de 0,3 puntos porcentuales al año. Sin embargo, según apuntan, el impacto puede llegar a ser superior a un punto porcentual. La horquilla, por tanto, es muy amplia, sobre todo si tenemos en cuenta que en el último año y medio los tipos han subido 450 puntos básicos.
Pese a que los discursos de los banqueros centrales se analizan con lupa, o algoritmos e inteligencia artificial que los condensan en un indicador económico de máxima precisión, la política monetaria no es un bisturí que permita actuar con precisión quirúrgica. Más bien parece un bazuca.
El ejercicio de transparencia y honestidad realizado por los economistas del Banco de España es poco habitual. Refleja la enorme incertidumbre en la que a menudo deben tomarse decisiones que acaban afectando a millones de hogares. Por eso es importante ejecutarlas con la máxima cautela y, si es posible, de forma gradual. En el caso actual esto es especialmente relevante, puesto que el impacto del aumento de los tipos de interés no se distribuye de forma equitativa entre la población. Al contrario. Se concentra en las familias y empresas más endeudadas. Así, más allá de la efectividad de las medidas tomadas, deberíamos preguntarnos si subir tanto los tipos de interés es el mecanismo más justo para frenar las presiones inflacionistas o si, a la hora de intentar moderar la demanda, no haría falta que la política fiscal colaborara un poco más.