

Hace un par de semanas, los medios se hacían eco de un tiroteo entre bandas de jóvenes en el barrio de la Mina. El enfrentamiento lo habría originado el control del tráfico de drogas en la zona. Más allá del ensañamiento en el intercambio de disparos, con unas ciento cincuenta balas en cinco minutos, había otro dato preocupante: buena parte de los implicados eran menores de entre 14 y 16 años. Como viene siendo habitual en estas noticias, tras el impacto inicial los medios se olvidan, pero eso no quiere decir que se erradique el conflicto. Y, con el tiempo, lo que parecía un caso aislado resulta ser un problema de fondo que estaba latente. La prueba la encontrará en los dos nuevos capítulos de Punto de no retorno, la serie documental de Raül Gallego en la plataforma 3Cat, ganadora de un Emmy en la última edición de los premios. Esta vez, el reportero nos hace viajar hasta Suecia y pone el foco en las bandas criminales, integradas por jóvenes que han quedado excluidos del sistema. Hay chicos de 13, 14 y 15 años que se matan entre ellos, a las familias rivales, e incluso explotan casas. Cada vez más a menudo, el terror se esparce en zonas residenciales. Estos clanes cuentan con explosivos, pistolas, fusiles y han convertido a Suecia en el país con la tasa per cápita más alta de violencia con armas de fuego en la UE. El primer episodio de Suecia, bandas criminales es Segregación, y va a la raíz del problema: las dificultades de integración de una parte de la inmigración que ha ido llegando al país desde el 2015. "No todo el mundo puede ser el Zlatan... pero todos pueden ser el peor delincuente del barrio" dice uno de los chicos entrevistados. El segundo capítulo, Menores sicarios, se introduce en uno de estos grupos. Estos dos capítulos tienen una cierta estética de true crime en el planteamiento visual, que busca un poco la atmósfera del nordic noir. Gallego también se entrevista con jóvenes de estos barrios más pobres que explican la discriminación que sufren y cuyos prejuicios son víctimas. También habla con la policía, con sus dificultades para abordar estos casos y la dimensión que está cogiendo este tipo de violencia. Si ha visto la serie sueca La prima línea azul (Filmin), las historias, el entorno y los personajes le resultarán familiares. Pero esta vez con la inquietud añadida no se trata de una ficción, aunque lo parezca.
En la serie, hay un elemento visualmente desafiante que resulta algo molesto, y es cuando los integrantes de estas bandas, absolutamente tapados para no ser reconocidos, cogen el arma y apuntan al objetivo de la cámara. Quien pasa a ser amenazado, simbólicamente, es el espectador. Se entiende la alegoría, pero es una puesta en escena más bien efectista y demasiado esteticista que parece fascinarse por esa violencia. Existe un gusto sibilino por la agresividad de este tipo de imágenes que caen en la trampa de buscar la belleza del horror en el impacto visual.
Punto de no retorno vuelve a resultar mágicamente oportuna y acentúa su función de advertencia.