Cada año hago años

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Maria Branyas acaba de hacer 115 años a la residencia Santa Maria de Tura de Olot

Cada año hago años, no me ahorro ni uno. La noche del sábado me quitaron una hora; el martes, todo un año. Hice 55. Para celebrarlo, consulté la esperanza de vida de los catalanes. Un hombre de 55, 82 años. Es decir que yendo todo muy bien y contando que no haya accidentes, me quedan 27. La bomba de relojería ha consumido 2/3 del temporizador, quedan las escombreras.

Y aún, si fuera tan sencillo... Porque he vivido dos veces 27 años, pero los segundos 27 han pasado más rápido que la primera tanda, que, encima, fue más divertida. Me veo que la tercera correrá aún más. Empiezo a mirar las maletas.

Pues deberías estar satisfecho –me dicen por aquí–, ¡feliz tú, que has llegado! Pero no sé. Se nos vende todos los días que estamos mejor que nunca porque vivimos más años, y yo tengo mis dudas. Si, como dicen, los 50 de ahora son los nuevos 40, ¿a dónde han ido a parar los 10 de en medio? ¿Una vida intensa y rica que se muere a los 40 no es mejor que una triste y descomida, por mucho que acabe en los 90 o en los 120? A esta última, los años no le suman, le restan vida.

En la Grecia clásica, la esperanza de vida de una persona de 15 era de alrededor de los 40, es decir, la mitad de esperanza que tendría hoy día y aquí. Pero el valor de un producto es inversamente proporcional a la cantidad disponible. Media vida es el doble de intensa –y contamina menos–. Los antiguos se hacían mayores, maduraban, tenían hijos mucho antes que nosotros y no esperaban a hacer lo que tuvieran que hacer, ni mucho menos dejaban de hacerlo. Ahora esperamos y esperamos hasta que ya es demasiado tarde. Ellos vivían la mitad de años, sí, pero teniendo conciencia debían de ser unos años más densos, y encima vividos en cuerpos jóvenes y llenos de vigor, no abatidos ni desesperanzados por las feales de la edad y la decadencia mental, pero las agonías propias y de los conocidos. No tenían tiempo de mirar series, ni de casarse tres veces, de hacer al turista o de torturarse para vivir más años renunciando a los placeres, es decir, no viviéndolos. No tenían tiempo de volverse muertos vivos. Con la muerte cercana, la vida vale más, experiencia que todos tenemos cuando volvemos del hospital.

Las iluminaciones no se dan nunca a distancia, siempre están en presente. Ya firmaría poder tener ahora mismo en la palma de su mano, concentradas, las experiencias de toda una vida. Poder escrutarlas, estudiarlas y comprenderlas de un vistazo, agradecerlas, poder intuir un sentido que las unificara o una unidad que les diera un sentido, y así, resumidas, poder asimilarlas las. No tendré tiempo, son demasiados años.

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