La plaga de los abusos sexuales en la Iglesia

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La fachada de la escuela de los jesuitas en Sarrià.

La orden de los Jesuitas ha contabilizado, en el caso de Catalunya, 145 víctimas de abusos sexuales por parte de 44 agresores desde 1948 hasta la fecha. Son 75 años de impunidad. Y seguramente es la punta del iceberg. Han pasado muchas décadas y ha habido gran opacidad y encubrimiento. La misma idiosincrasia de la orden impedía o dificultaba que las denuncias llegaran a verbalizarse por parte de los alumnos o de las familias. Prevalecía el miedo, la vergüenza o un temor reverencial. Muchos casos, por tanto, no debían denunciarse. El paso que ahora se ha dado es relevante. Más vale tarde que nunca. Pero queda mucho por hacer.

La mayoría de los agresores ahora documentados son curas (29), y entre los afectados predominan los menores de edad (137). Los principales centros afectados son las macroescuelas que la orden tiene en la calle Casp de Barcelona y en el barrio de Sarrià, los dos principales centros de una institución educativa de referencia. La institución religiosa ha entonado un mea culpa necesario: "No protegimos a los menores, no escuchamos a las víctimas, los mecanismos no existían, y si existían, no actuaron", ha dicho el delegado y portavoz de los jesuitas de Catalunya, Pau Vidal. ¿Es suficiente? Algunas víctimas legítimamente piden que exista una petición de perdón más explícita y personal, y reprochan que no se les ha dejado participar en la elaboración del informe.

Lo cierto es que estamos ante una dura realidad históricamente persistente y silenciada. Y que viniendo de una institución que hace bandera de su autoridad moral, resulta especialmente grave. Lo que una vez más se pone en evidencia es que la Iglesia católica tiene un problema estructural con los abusos a menores, un problema derivado en buena medida de la práctica del celibato, hecho que en ningún caso se ha abordado en la institución.

Sólo la intervención del papa Francisco ha impulsado en los últimos años un cambio de actitud en torno a los abusos con el objetivo de reconocer el mal causado y de poner luz y freno. Sin embargo, sus directrices cuesta que sean realmente asumidas. Desde las altas instancias eclesiales se sigue tendiendo a buscar ovejas negras sin entrar en el problema de fondo: los encubrimientos, los silencios hipócritas y cómplices, la carencia de controles, las reincidencias. La autocrítica es todavía tibia, al igual que la asunción de responsabilidades. Así se ha visto con la Conferencia Episcopal Española (CEE), que ahora impulsa un sistema de identificación de casos y de compensación a las víctimas, que no será vinculante y que se aplicará a través de una comisión interna. No está claro si en este órgano se incluirá algún representante de las víctimas.

En este contexto, el informe de los Jesuitas de Cataluña es bastante exhaustivo y explícito. Se detallan casos, se dan nombres y se señalan deficiencias internas, en especial "una clara omisión del derecho de ayuda". Pese a que la mayoría de casos han prescrito o no existe posibilidad de recurrir a la justicia ordinaria por la muerte del acusado, sí se trasladarán a la Fiscalía seis casos no prescritos. Es un paso. Pero aún falta mucho trabajo y contundencia para limpiar la plaga de los abusos sexuales en la Iglesia.

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