La convención demócrata de Chicago, al final de la cual se ha confirmado la nominación de Kamala Harris como candidata a la presidencia de Estados Unidos, ha supuesto una inyección de esperanza y autoestima en el partido, que dio la vuelta al desánimo y la falta de empuje de los últimos meses de la legislatura Biden. Comparada con la convención republicana que eligió a un Donald Trump como siempre enfadado y llamativo, el “buen rollo” de los demócratas es todo un cambio que marca, además, una querida estrategia electoral que pone el acento en las propuestas de gobierno en positivo y la alegría de una candidata joven.
De momento, en lugar de jugárselo todo al miedo al regreso de Trump –la versión norteamericana del “Si tú no vas, ellos vuelven” como única motivación de voto–, parece que les demócratas quieren pasar a la ofensiva y dominar el debate público con propuestas claramente progresistas con las que buscarán el apoyo no sólo de la clase intelectual o las minorías que hasta ahora les eran incondicionales sino sobre todo de la clase baja trabajadora, parte de la cual hace tiempo les abandonó por el populismo de Trump.
Como bien explica Michael Sandel en un artículo que encontrará en Debat, para ganar, sobre todo en los estados indecisos que acaban siendo claves, los demócratas tendrán que hacer algo de autocrítica y presentar medidas claras que ayuden y empoderen a la clase trabajadora , que se siente la gran perdedora de la globalización.
Los temas económicos, pues, pueden ser claves en la campaña, y aquí Harris seguramente podrá sacar pecho de las políticas redistributivas de la riqueza y las inversiones de mejora de las infraestructuras de servicio público que ha puesto en marcha el gobierno Biden en en los últimos tiempos, aunque no hayan hecho mucha propaganda. Los demócratas son un partido de gobierno y de orden, y la cuestión de la seguridad –Harris insistió en Chicago en que quiere seguir siendo la principal potencia militar del mundo–, el control de la inmigración y la defensa de los derechos de las mujeres serán sin duda temas primordiales.
Lo indudable es que, más allá de ser mujer y negra –factores que no le ayudan para captar votantes conservadores–, Harris representa sobre todo un cambio generacional, el relevo que mucha gente estaba esperando y que da la vuelta al imaginario de una lucha entre dos hombres viejos, blancos y ricos que desmotivaba a buena parte de los votantes, especialmente a los jóvenes.
Harris no lo tendrá fácil, pero recientemente hemos visto ejemplos de que es posible darle la vuelta a las encuestas. En Francia, el Nuevo Frente Popular lo logró en menos tiempo y en un contexto más difícil, y en Gran Bretaña también hubo sorpresa por la magnitud de la victoria laborista. El contexto es distinto pero muestra que no es imposible. Y ante todo Harris tendrá que controlar el debate público para marcar de qué se habla, y cómo se habla. Y no lo tendrá fácil, porque, de momento, el control de las redes sociales, donde las mentiras son cada vez más incontrolables, lo tienen los adversarios.