Soledad no deseada: una pandemia emocional

Las mesas con sillas vacías en la plaza Universidad, de la edición de la Semana de la Soledad No Deseada, del año pasado
12/10/2024
2 min

Hay gente que se siente sola y no está sola. Hay gente que se siente sola y sí está sola. El aislamiento social, fruto de un individualismo creciente a menudo enmascarado tras el mundo de los likes y las amistades digitales, ha ido a más y ya es un problema global de gran alcance. La soledad no deseada puede afectar a todo el mundo, sin fronteras de edad, de género o de nivel de riqueza. En cualquier caso, en un gráfico tendría forma de letra uno, con mayor prevalencia entre los adolescentes y jóvenes y entre las personas mayores. Pero es un fenómeno muy transversal que afloró definitivamente tras la pandemia del coronavirus y que no tiene una solución sencilla ni fácil. Responde a una realidad estructural y, por tanto, complicada de cambiar.

A esta persistente pandemia de soledad contribuyen muchos factores, no sólo unas tecnologías digitales que paradójicamente aíslan más que comunican: también la crisis del núcleo familiar como último refugio, el alargamiento de la esperanza de vida, el consumismo ligado a una idea banal de felicidad, la presión por el éxito (o contra el fracaso) académico sobre la infancia, la precariedad económica que aboca a muchas personas a un constante estrés vital, la falta de ilusiones más allá de las ganancias materiales. .. Todo ello hace que muchas personas no encuentren su sitio, no encuentren un entorno cómodo de relación y se cierren en sí mismas o se queden aisladas por las circunstancias.

El resultado es que la soledad no deseada afecta al 20% de la población, es decir, a 1,6 millones de catalanes (el 32% de las mujeres y el 20% de los hombres). La cifra da vértigo. ¿Tanta gente vive aislada? ¿Cómo es posible que convivamos, a menudo sin darnos cuenta, con una cantidad tan grande de personas que no encuentran con quien hablar, con quien sincerarse, con quien tener una interacción mínimamente satisfactoria? ¿Qué sociedad hemos creado?

Es del todo necesario aflorar esta dura realidad, divulgarla, explicarla, analizarla y combatirla. Así lo hacemos este domingo en el dossier que dedicamos al ARA y que hemos confeccionado en colaboración con la Obra Social de San Juan de Dios, la cual dedicará toda la semana que viene a difundir esta plaga social, pero también a dar esperanza. Hay otras entidades e instituciones que dedican esfuerzos a abordar el problema, desde la Cruz Roja y la ONCE hasta la Fundación La Caixa, o las fundaciones Esperanza y Ayuda y Marianao. Ninguna contribución está sobrante. Porque la verdad dual es que puede llegar a todos en algún momento de nuestra vida, pero al mismo tiempo también todos podemos formar parte de la solución para los que la padecen. Por un lado, es necesario hacer visible el problema. Por otro, es importante no estigmatizarlo. Hay países (Reino Unido y Japón) que, vista la dimensión del fenómeno, han creado incluso ministerios gubernamentales específicos para abordar la cuestión.

Ante la soledad no deseada, está en juego el bienestar colectivo: no en vano, la carencia de interacción personal a menudo es la puerta de entrada y el desencadenante de enfermedades mentales y problemas físicos, con afectaciones graves que, aparte de situaciones individuales, tienen una repercusión relevante en el mundo sanitario. Medicalizar la soledad no es la solución.

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