¡Qué emparejamiento más raro! Seguro que les disgusta a ambos. Para Daron Acemoglu y sus coautores –Simon Johnson y James Robinson–, flamantes premios Nobel de economía por sus estudios sobre cómo se forman las instituciones y cómo afectan a la prosperidad de los países: ellos deben ver a Donald Trump como la concreción del peligro de unas instituciones extractivas, aún más con su peligrosa amistad y asociación con el candidato a máximo plutócrata mundial, Elon Musk. Y para Trump, porque el trabajo de los académicos no le interesa nada y el espíritu democratizante de Acemoglu y sus coautores debe parecerle sospechoso e incluso peligroso.
En cambio, ponerlos cara a cara puede tener algún interés. Acemoglu y Robinson, el economista y el politólogo, han usado el concepto deinstituciones inclusivas para explicar los logros económicos –crecimiento– cuando van de la mano de los logros políticos –democratización–. Pero ¿qué pasa cuando no van de la mano? Subrayando el origen británico de las buenas instituciones que se desarrollaron en Norteamérica, olvidan que los colonizadores no dudaron en exterminar a las poblaciones preexistentes y quedarse en sus tierras. ¿Era una institución inclusiva, la exterminación de amerindios? ¿Cómo la distinguimos de la inclusividad respecto a los de la misma etnia y nación de los colonizadores? ¿Cómo se explica la persistencia del esclavismo en un país de instituciones inclusivas? ¿Y cómo se explica que después de la abolición del esclavismo y la concesión del derecho de voto, la población de color perdiera ese derecho pocos años después? ¿Dónde estaba el gen de la inclusividad?
Son reflexiones que también debería hacerse sobre Trump. Seguro que para él su proyecto es inclusivo de muchos estadounidenses que han quedado abandonados, olvidados, por la política de gobiernos demócratas –sí, demócratas– que apostaron a fondo por la globalización sin salvaguardias y por la liberalización financiera sin restricciones . Han dejado una retahíla de derrotados y empobrecidos que ahora quieren desquitarse de los políticos ilustrados que les arruinaron. Desde Europa, y más desde Catalunya, vemos todas las virtudes en Harris y todos los defectos en Trump, pero los éxitos de Trump son bien reales y aún pueden serlo más si gana el 5 de noviembre. ¿La persistencia de fallos institucionales graves, como la posibilidad de que un solo presidente en un solo mandato pueda nombrar a tres de los nueve miembros vitalicios del Tribunal Constitucional, o la desigual representación de los distritos electorales –por cierto, el mismo problema del estado español– que fundamentó la elección de Trump en 2016 con minoría de votos (ganó Hillary Clinton con tres millones de votos populares menos, y esto se puede repetir con Kamala Harris) ¿no son instituciones estropeadas? Quizás no instituciones extractivas, pero instituciones que acaban protegiendo a quienes quieren disfrutar de la extracción de rentas de sus conciudadanos incautos.
Me ha sorprendido siempre que Acemoglu y Robinson en su excelente libro sobre el porqué del fracaso de las naciones explicaran tan bien las instituciones inclusivas de los países que abrieron el camino hacia la Revolución Industrial y el crecimiento económico moderno pero no pudieran explicar por qué los mismos países, los mismos gobernantes, las mismas instituciones, fueran brutalmente extractivas en otras muchas partes del mundo. Hay que decir, en su honor, que nos muestran desde el principio que los colonizadores castellanos no eran intrínsecamente malos, sino que estuvieron expuestos a unos incentivos que les hicieron malos –extractivos–, al igual que los ingleses, neerlandeses y belgas , tan virtuosos en su casa, podían ser despiadados cuando se enfrentaban en África y en Asia a situaciones que eran las que encontraron los castellanos que llegaron a las Indias Occidentales.
Trump prosperará porque actuará exactamente igual que los primeros colonizadores ingleses o neerlandeses: con generosidad e inclusividad donde necesite y con codicia y extractividad donde pueda. Continuamos donde estábamos: los pensadores políticos de la antigüedad clásica y de la edad moderna, asustados por las desgracias de guerras y revoluciones que vivieron, se convirtieron en conservadores porque se horrorizaron de la naturaleza humana en situaciones descontroladas o extremas. No hay milagros que lleven a la virtud. Son necesarias circunstancias favorables, presión social y oportunidades rentables a la vez que pacíficas para lograr buenos resultados, inclusivos para todos. De hecho, ésta es la corrección que Acemoglu y Robinson hicieron en su libro del 2019 sobre El pasillo estrecho: estados, sociedades y la consecución de la libertad. Una obra en la que los buenos resultados en términos de instituciones inclusivas no llegan solos y suelen ser excepcionales. Es necesaria la acción colectiva. Pero el comité que otorga el premio Nobel de economía, en su justificación científica del porqué de la concesión del premio, riquísima en bibliografía, ni...