Según Fran Lebowitz, “Pretend it's a city” es la frase que ella llamaba a los peatones (no sólo a los turistas) que se agolpan en las aceras de Nueva York sin prestar atención a que la ciudad no es un decorado, sino un lugar donde vivir. La serie de documentales bajo el mismo título, dirigida por Martin Scorsese, se rodó antes de la pandemia, pero apuntaba ya los problemas del turismo de masas y sobre todo la gentrificación. Lo que duele a la protagonista es precisamente la pérdida de la identidad de la isla de Manhattan: “Nueva York Nunca fue una ciudad particularmente bonita. No era París, ni Florencia. Pero al menos era una ciudad original”, afirma Lebowitz. No se trata sólo de los precios, porque como bien dice ella, Nueva York ya era cara antes. Es más bien la pérdida de carácter, de conciencia propia, como el hecho de que los edificios neoyorquinos antes fueran copiados en Dubai y ahora sea Nueva York (en los nuevos rascacielos de la calle 57) quien copie el estilo de Dubai. No es una serie impregnada de nostalgia, sino de sentido práctico, de supervivencia local. Cómo hacerlo para vivir en esta ciudad, cómo evitar que se olvide que, aparte de su belleza, la gente tiene que vivir en ella. Por el momento tenemos que todas las respuestas, en todas las cuestiones y anécdotas que expone la protagonista, pasan siempre por la necesidad de que la ciudad sea ella misma.
Haga ver que es una ciudad, y no un circuito de Fórmula 1. Pocas ciudades pueden decir que tienen virtuales circuitos de motor en una montaña como Montjuïc, pero el consistorio decidió que la foto debía estar en el paseo de Gràcia. No ha sido la única vez: la foto de la pasarela de Louis Vuitton en el Parc Güell no supondría ningún inconveniente si no fuera que los vecinos de la zona se sintieron insultados, desinformados y sin compensación por las molestias. De nuevo, se consideró que "no se podía dejar escapar la oportunidad" y se dejó escapar una perfecta oportunidad para conectar con los vecinos. Suponga que es una ciudad, y no un plató para marcas y modelos, ni un pueblecito que necesita demostrar que es una ciudad abierta. Barcelona no debe demostrar que es una ciudad cosmopolita, porque las ciudades verdaderamente cosmopolitas no necesitan demostrarlo: más bien lo son tanto, que lo que necesitan es compensarlo. Estar dispuesta a todo para “salir a la foto” hace la ciudad más provinciana, chabacana y de mal gusto. Barcelona no necesita ser cocapital de nada, y menos de Madrid, para ser un referente en creatividad cultural o para ser considerada una gran capital del Mediterráneo. Puede que la obsesiva búsqueda por el carácter cosmopolita de Barcelona la hiciese convertirse en verdad provinciana, enfermizamente necesitada de aprobación exterior. Mientras, en la calle Ferran, la librería Sant Jordi es el último reducto de comercio autóctono en un barrio donde ahora ya todo son franquicias o tiendas de carcasas de móvil. Un barrio sin barrio, sin vecinos. Los de los Amigos de la Rambla hace tiempo que nos dicen que la Rambla es un oráculo de todo lo que después sucede en el resto de la ciudad.
Ya no es sólo un tema de los precios imposibles de los alquileres: es que, incluso si esto se resuelve o se palía (que lo dudo, con las actuales ventas de humo), pronto podría ocurrir que ni autóctonos ni forasteros quisieran vivir en una ciudad que subasta su personalidad. A lo sumo, visitarla. Y ya sé que dirán que el problema es universal, que también sucede en Nueva York o París, pero el problema es que Barcelona está a tiempo de evitar ser sólo “guapa” y ser un lugar donde valga la pena vivir. Para ello deberá conocer sus propios límites, priorizando aquellas potencialidades que realmente la singularizan. Ser una "segunda capital" no singulariza a nadie, ni tampoco las ofertas de eventos intercambiables. Ser cosmopolita pasa por abandonar el complejo de ciudad de segunda, o de país de segunda, o de lengua de segunda; y más que regalar el alma, dedicarse a fortalecerla frente a los riesgos uniformizadores. Necesitamos cosas de aquí, hechas por gente de aquí, por el talento de aquí, de modo que el barcelonés se sienta protegido (y protagonista) y el visitante o recién llegado se sienta en un sitio diferenciado. El Modernismo tenía contenido, las vanguardias tenían contenido, las Exposiciones y los Juegos Olímpicos tenían contenido. Sentido. Ahora simplemente se desea que en la ciudad “pasen cosas”, y eso ya ocurrió en el Fòrum de les Culturas. Sí, vayamos hacia aquí. Y sí, se puede llenar algo de vacío.