¿Por qué enviamos a niños de once años a los Juegos Olímpicos?

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Nadia Comaneci

Cuando llegan los Juegos Olímpicos y oigo los famosos tambores y toques de trompeta de la fanfarria, siempre me siento catapultada en 1972, cuando la gimnasta soviética Olga Korbut deslumbró al mundo en las paralelas asimétricas. Entonces yo era una niña y me lo miraba embobada. Durante el resto del verano y para irritación de mis padres y hermanos mayores, usurpé la sala de estar para practicar apoyos invertidos, ruedas y rodadas, mientras fantaseaba con la sensación de llevar una medalla de oro colgada en el cuello. Las demostraciones extraordinarias de atletismo siempre tienen ese efecto sobre las criaturas.

Precisamente por este motivo –la capacidad única de los Juegos Olímpicos de cautivar la imaginación de los jóvenes y llevar a los adultos a cometer algunos excesos– debería hacernos angustia ver a una patinadora china de once años compitiendo en los Juegos de París.

No es un caso especial: en los Juegos de Tokio del 2021 había medallistas de skateboarding de doce y trece años, y otros competidores de esta edición tienen sólo 14 años. Ni que decir tiene que estos menores se han ganado un puesto en los Juegos Olímpicos. Pero ver a preadolescentes y adolescentes competir en un escenario internacional pervierte nuestras expectativas sobre el atletismo infantil y distorsiona la idea que tenemos sobre el papel de los deportes en la vida de todos los niños.

EEUU se replanteó drásticamente hace casi un siglo la relación entre los menores y el trabajo, y la ley de normas laborales justas, de 1938, impuso requisitos de edad mínima para trabajar y limitó el número de horas durante las cuales se podía emplear a algunos menores. Con el deporte deberíamos hacer lo mismo, empezando por fijar una edad mínima universal para competir en los Juegos Olímpicos y otros campeonatos internacionales.

Necesitamos un modelo para los deportes juveniles que no tenga la obsesión de producir deportistas olímpicos y que suprima la selección precoz de deportistas infantiles en función de las capacidades que los hayan detectado. Lo mejor para los niños –incluso para el grupúsculo de los que podrían convertirse de mayores en deportistas olímpicos– es jugar bastante al aire libre y entrar en contacto con diversas opciones deportivas, además de un planteamiento del atletismo juvenil que promueva una participación generalizada y estimule el compromiso y la felicidad.

Como el Comité Olímpico Internacional no impone límites de edad a los participantes y deja esta decisión en manos de las federaciones internacionales que rigen cada deporte, las normas varían. En atletismo, World Athletics –el órgano de gobierno mundial del atletismo– exige que tengan al menos dieciséis años, mientras que su homólogo en natación, World Aquatics, fija su edad en catorce. ¿Cuál es la consecuencia? Quienes compiten este verano en París están supeditados a un revoltijo de normas dictadas por órganos de gobierno internacionales y estatales.

Modalidades olímpicas como elskateboarding atraen a competidores cada vez más jóvenes, pero ya hace mucho tiempo que los menores están presentes en los Juegos. En 1896 un niño de diez años compitió en gimnasia en representación de Grecia, y en 1968 una niña que tenía once formó parte del equipo rumano de patinaje artístico. Las campeonas de gimnasia y patinaje artístico, como Nadia Comaneci y Tara Lipinski, suelen competir ya a los catorce o quince años.

Ante estos niños prodigio del deporte no podemos sino quedarnos boquiabiertos. Pero existe una inquietante lista de atletas que, de adultos, denuncian el lado negativo de sus agotadoras actividades juveniles.

Michael Phelps, el condecorado nadador que se presentó en los Juegos Olímpicos de Sydney con quince años, ha hablado de la nociva presión que sufrió de jovencito, cuando debía entrenar entre cinco y seis horas al día. La patinadora artística Gracie Gold explica en sus memorias la incredulidad con la que vio, cuando tenía diez años, cómo padres entusiastas dejaban a sus hijos en manos de un entrenador que avergonzaba a criaturas de sólo ocho. Dominique Dawes, que ha participado en tres Juegos y también debutó a los quince años, condena la cultura imperante en la gimnasia, que tolera el maltrato infantil: "Quizá llegué a lo más alto en el mundo del deporte, pero era un entorno muy nocivo, desde el punto de vista físico, verbal y emocional, y no vale la pena ese sacrificio;

Aunque los padres no tengan ningún interés en empujar a sus hijos hacia el olimpismo, se ven obligados a invertir cantidades exorbitantes de dinero y tiempo en sus actividades deportivas, mientras que los menores de familias de renta baja quedan excluidos por motivos económicos. En 2022, el Aspen Institute informó de que los padres gastaban una media anual de 883 dólares en el principal deporte de sus hijos. Según una encuesta de la empresa The Harris Poll, las familias que optan por clubs y equipos privados llegan a pagar 1.000 dólares al mes. El 19% de los padres de niños que practican deportes de competición afirman que dedican al menos veinte horas semanales a las actividades de sus hijos.

Invertir estos recursos tiene sentido si, como la tercera parte de los padres de la encuesta, tenemos la esperanza de que nuestros hijos lleguen a los Juegos Olímpicos o se conviertan en deportistas profesionales. Pero la gran mayoría de ellos no lo van a conseguir; todavía están atrapados en un sistema que no les deja mucho tiempo para ir probando varios deportes o actividades no deportivas.

Hay modelos de atletismo infantil que son mejores y pueden servir de ejemplo para Estados Unidos. El sistema deportivo noruego prohíbe que los atletas infantiles participen en campeonatos estatales, europeos o mundiales antes de los trece años, una medida que no se ha traducido en un empeoramiento de los resultados: Noruega ganó 37 medallas durante los Juegos Olímpicos de Invierno de 2022 junto a las 25 de Estados Unidos. El compromiso adquirido por Noruega está recogido en los Derechos de la infancia en el deporte, un tratado que protege el derecho de los menores a "elegir el deporte o los deportes en los que quieran participar".

En Estados Unidos el Aspen Institute ha redactado un conjunto similar de directrices bajo el título de Declaración de los derechos de la infancia en el deporte, que exige una práctica adecuada a la edad, un trato respetuoso de los niños y un liderazgo competente. Cientos de atletas, educadores y organizaciones deportivas estatales le han suscrito y, en mayo, Maryland se convirtió en el primer estado en aprobarla oficialmente. El siguiente paso debe ser una ley federal que imponga una edad mínima para la participación de los atletas estadounidenses en todas las competiciones internacionales.

Cuando este año sienta el himno olímpico, aplauda tanto como desee a los portentosos adolescentes que compiten en París. Pero les debemos, ya ellos ya nuestros hijos no olímpicos, empezar a dar prioridad a sus intereses.

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