

Berlín, Bruselas, Kiev, Washington y Riad son escenario, esta semana, de conversaciones clave para el futuro inmediato de la seguridad europea. Con el veredicto de las urnas alemanas sentenciado, una Unión Europea decidida a evitar un fracaso colectivo en Ucrania busca ganarse un sitio propio como actor decisivo en una paz todavía totalmente abstracta. Tres años después del inicio de la invasión rusa de Ucrania, y solo un mes después del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, la conciencia de vulnerabilidad que siente en estos momentos la UE la obliga a repensar los equilibrios y alianzas construidos durante más de medio siglo de proyecto comunitario. El discurso del vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, en la Conferencia de Seguridad de Múnich ya se ha convertido en el símbolo de esta ruptura existencial del eje transatlántico. Un desafío presenciado en directo por el que pronto será el nuevo canciller de Alemania, el democristiano Friedrich Merz, que aprovechó su primera aparición tras confirmarse la victoria de la CDU en las elecciones del domingo para declarar que Europa tiene que convertirse en "independiente de Estados Unidos". Merz tiene prisa para empezar a liderar. "Mi prioridad absoluta será reforzar a Europa lo más rápido posible", decía el hombre que se ha comprometido a enviar misiles de crucero Taurus de largo alcance a Kiev –una línea roja que el todavía canciller Olaf Scholz nunca quiso cruzar– y que habla de acelerar "una capacidad de defensa europea autónoma".
En 1998, la entonces secretaria de Estado, Madeleine Albright, describió a Estados Unidos como "la nación indispensable" en un orden global que aún se regía por las instituciones y la fuerza de quienes diseñaron el mundo después de la Segunda Guerra Mundial. De la misma forma, Alemania ha ejercido durante mucho tiempo de ese poder indispensable en la Unión Europea: la primera economía y potencia exportadora, el país más poblado y el motor político que, durante décadas, hizo avanzar la integración política europea. Pero, si la arquitectura institucional de aquella pax americana, que el propio Donald Trump ya ha declarado liquidada, es hoy un edificio caduco, también el liderazgo alemán de la Unión es un modelo gripado que necesita superar algunos frenos existenciales y constitucionales internos para adaptarse a la nueva realidad europea. Bruselas espera la llegada de una Alemania con ganas de liderar. Pero no va a ser fácil. La UE de hoy –con una extrema derecha crecida y con capacidad de desafiar mayorías– no es esa Europa asustada que Angela Merkel embridó. El mundo se ha acelerado. La agresión bélica rusa en Ucrania ha transformado de raíz la política de defensa de la Unión y de muchos de sus estados miembros. La retórica del poder duro se impone ahora desde Washington y Moscú.
Obligada por la urgencia, la UE reclama ser tenida en cuenta en este orden transaccional de Trump, cargado de retórica expansionista y proclive a la ley del más fuerte, que desafía también las garantías de seguridad estadounidense sobre las que resiste la Ucrania de Volodímir Zelenski y bajo las que ha vivido plácidamente una Unión Europea que hoy se ve obligada a cortar el cordón umbilical con un mundo que ya no es.
Con un Trump que asume el argumentario del Kremlin, que tacha a Zelenski de dictador, que reclama el control de los recursos y las infraestructuras ucranianas, y que parece dispuesto a abrazar el derecho de conquista, la UE ha comprendido que también debe acelerar su propia vía diplomática, porque el mundo se reconfigura en contra de sus intereses. Por un lado, alineada física y simbólicamente con Ucrania, la Unión Europea participó el lunes en Kiev en el acto de homenaje a los soldados caídos. Por el otro, Francia y Reino Unido lideran estos días la ofensiva ante Donald Trump para explicar su plan de garantías de seguridad para Ucrania, que prevé el despliegue de soldados europeos en suelo ucraniano para asegurar el cumplimiento de un posible alto el fuego.
La guerra entra en su cuarto año con más de 43.000 soldados ucranianos muertos y 370.000 heridos, según las cifras que reconoce el gobierno ucraniano, que eleva el número de víctimas del ejército ruso hasta 868.000.
Ante los líderes mundiales que acompañaron a Zelenski en este tercer aniversario de la invasión, el presidente ucraniano expresó su esperanza de que este sea el año "de una paz justa y duradera" para su país. El baile diplomático se ha acelerado.