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Ursula Von der Leyen en una imagen reciente en París.
21/02/2025
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Lo primero que debe entenderse del giro imperialista de Estados Unidos es que el objetivo no es desmantelar la Unión Europea, sino convertirla en una colonia dependiente de la que extraer beneficios, un "ni contigo ni sin ti" similar a la relación que España tiene con Catalunya. Porque a menudo vemos a la Unión Europea como el proyecto más igualitarista de la historia, una construcción política pensada para tener las mejores regulaciones verdes, laborales, de privacidad, etcétera. Pero, en su diseño institucional, Europa es también un conjunto de instituciones que protegen el mercado de los parlamentos democráticos de cada nación. Al igual que con el caso catalán, la peor pesadilla de Estados Unidos sería una Europa soberana que decidiera sobre la riqueza que se genera en su territorio o sobre una geopolítica propia. El nuevo sueño americano no es que Europa desaparezca, sino que permanezca una telaraña jurídica que atrape a los europeos en una competición salvaje por las migajas; mercado europeo sin democracia europea.

Como señala el historiador de la economía Quinn Slobodian, a menudo pensamos que los ricos y poderosos quieren "menos estado", pero la realidad es que los mercados no funcionan sin un conjunto de leyes extremadamente estricto que les proteja; en la selva no hay mercados. No hay más que recordar el rescate de los bancos y lo que hizo la Unión Europea con los partidos que se oponían, o como un Banco Central Europeo independiente de los gobiernos prioriza el control de la inflación al crecimiento de los salarios. La historia del neoliberalismo no es la de la desaparición del estado, sino la creación de instituciones transnacionales que subyugan a los estados nación. Cuando oímos a JD Vance y Elon Musk aplaudiendo a la AfD es porque cuentan que harán lo mismo que han hecho Meloni u Orbán cuando han llegado al poder: aflojar las leyes sociales mientras estrechan la tiranía económica de la UE actual.

La apuesta estadounidense es arriesgada. Según las presuposiciones del orden liberal que ahora damos por muerte, la cooperación debería dar más resultados que la dominación. Desde la consolidación del dólar como moneda global hasta la tutela militar a través de la OTAN, Estados Unidos ha obtenido muchos beneficios que podrían desaparecer si Europa hace realidad los llamamientos hasta ahora retóricos para gastar más en defensa, reindustrializarse o resucitar la demanda interna para depender menos de las exportaciones. Y al revés: si los estadounidenses se salen con la suya, su embate tendrá todo el sentido. Lo que está en juego en los próximos años es la posibilidad de un nuevo mundo sin el legado de Europa haciendo de contrapeso.

Porque justamente el gran problema es que Europa se ha visto demasiado como un proyecto económico y no como una civilización con una misión propia. Aquí conviene ser desacomplejadamente eurocéntrico y no hacer caso a ciertas teorías de la deconstrucción que, pese a decirse de izquierdas, han sido más útiles al poder económico que a los ciudadanos. Porque la Unión Europea no necesita más poder ni más recursos, sino una visión política que los canalice. La construcción de una federación cohesionada, al igual que cualquier nación, depende de un mito creíble que te haga sentir parte de una misma comunidad emocional con lazos de solidaridad. Pese al declive relativo, la Unión Europea aún tiene capital suficiente para convertirse en un bloque independiente.

Como se ha hablado muchas veces de los ideales de Europa y Estados Unidos como la continuación de un mismo mundo, para repensarnos encuentro especialmente útil una división que el filósofo y periodista Bruno Maçaes hace en su libro History has begun. Según Maçaes, los europeos pensamos en resolver las contradicciones de la realidad, mientras que los americanos piensan en huir de la realidad. Cuando la sociedad moderna empezó a hacer sentir al hombre occidental atrapado en la complejidad de la política y la tecnología, los europeos inventamos el socialismo, que es la idea de cambiar la realidad cooperante, mientras que los americanos radicalizaron el capitalismo, que es la promesa de solucionar los problemas compitiendo. La tradición europea se ve como la heredera de la modernidad clásica, con un enfoque en instituciones estables, el estado de derecho y una visión racional de la política y la sociedad, mientras que la única corriente filosófica nacida en América es la posmodernidad, que es la capacidad de reinventarse mediante la cultura pop, las redes sociales y la política espectáculo. Hoy, los americanos lo fían todo en el poder mágico de la tecnología, mientras que los europeos hemos perdido la confianza en las instituciones.

Es posible que el sueño americano sea tan dinámico que borre el legado europeo y nos reduzca a una colonia. Pero si podemos criticar a los americanos es porque tenemos una tradición europea que recuerda las contradicciones del poder desatado, y que tiene herramientas de sobra para proponer una alternativa mejor. Mezclados durante décadas con Estados Unidos, hemos perdido el punto de vista propio. Ahora que la presión lo hace todo más claro, deberíamos aprovecharlo para potenciar lo que nos diferencia de Estados Unidos, más que jugar a su juego y con sus normas.

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