Nos importa Suez

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La nave 'Ever Given' encallada en el canal de Suez.

El incidente en el canal de Suez, donde un enorme barco mercante ha quedado atravesado seis días impidiendo la circulación de barcos, nos ha vuelto a poner encima de la mesa la fragilidad de la globalización del comercio mundial. Lo que creemos que son rutinas son mecanismos complejos y vulnerables que se pueden estropear fácilmente y que pueden ser difíciles de arreglar. La disputa sobre las responsabilidades potencialmente multimillonarias de lo que ha pasado ocupará a legiones de abogados durante años.

El canal de Suez fue la primera obra de ingeniera de muy grandes dimensiones del siglo XIX. Fue un éxito de la ingeniería francesa, dirigida por Ferdinand de Lesseps, uno de los genios más brillantes de la diplomacia y de los grandes proyectos empresariales. Se completó e inauguró en 1869, después de diez años de trabajos. Representó el inicio de la primera globalización. Acercó radicalmente el mundo asiático y el mundo europeo, en detrimento del mundo africano, al hacer innecesaria la circunnavegación de África para conectar Europa y Asia. Todo el Mediterráneo recuperó centralidad, Barcelona incluida. Próximo Oriente salió del callejón sin salida donde había quedado. Egipto recuperó su antigua reputación. El orientalismo que inauguración del canal de Suez propició sedujo a las clases cultas y acomodadas en todo Europa.

Después de que se inaugurara, Lesseps empezó a trabajar en su nuevo proyecto: el canal de Panamá. A pesar de su visión, no lo vio completado y se arruinó promoviéndolo. No se acabó de inaugurar hasta el 15 de agosto de 1914, cuando empezaba la Gran Guerra y cuando se paralizó la primera globalización. De la inauguración del canal de Suez a la del de Panamá está el periodo más globalizador que ha vivido la humanidad.

Con altibajos, el canal de Suez siguió haciendo el buen trabajo para la cual fue construido. Los británicos lo arrancaron del control mayoritario de las manos francesas. En 1956 el presidente egipcio Nasser lo nacionalizó, lo cual provocó una guerra con Francia y Reino Unido, en la que los Estados Unidos no permitieron que las antiguas potencias coloniales ganaran. La creación de la Comunidad Económica Europea será una de sus consecuencias: el repliegue de los imperios europeos ante la hegemonía de los Estados Unidos y de la Unión Soviética.

En manos egipcias, el canal se convirtió en una herramienta política. Nasser lo utilizó para apoyar a la causa palestina. De 1967 –a raíz de la Guerra de los Seis Días– a 1975 se cerró al tránsito de barcos. Durante estos años de cierre, se empezaron a construir los petroleros gigantescos que podían asumir los costes de la circunvalación de África, la única alternativa al canal de Suez. Para los puertos mediterráneos, como Barcelona, fue un golpe muy duro. Hoy en día esta ruta todavía es una alternativa que solo se utiliza en circunstancias extremas, como estos últimos días se ha vuelto a ver. Pero ya hay otra: la ruta del océano Ártico, hija del calentamiento global. 

La ruta de la Ártico, que sería una bendición para Rusia, volvería a dejar el Mediterráneo deprimido. Vista desde Barcelona y desde el eje mediterráneo, es una amenaza muy real. Representaría una periferización de la actividad económica en las costas del Mediterráneo. Nos haría daño. Es un peligro muy importante, dado que el calentamiento global va fundiendo cada vez más los hielos permanentes del océano Ártico. Hablamos de los perdedores del cambio climático olvidando que también hay ganadores. Lo son los estados con costas que dan al Ártico: Rusia, Noruega, Groenlandia, Canadá y los Estados Unidos (por Alaska). También saldrían beneficiados los estados vecinos de los que dan al Ártico: China, Corea y Japón, los países nórdicos y los que bordean el mar del Norte. Disfrutarían de más alternativas en sus conexiones entre Extremo Orient y la Europa noroccidental. Claramente saldrían perdiendo los mediterráneos, los del Próximo Oriente y el Oriente Medio y los del Sudeste Asiático. Más vale que tengamos claro de qué van algunos de los grandes envites estratégicos que se juegan sobre el tablero mundial.

Suez también está presente en nuestra vida de forma más sutil. La heredera de la compañía del canal de Suez se fusionó en 1997 con la Compagnie Lyonnaise des Eaux, bajo el nombre Suez, y adquirieron en 2008 una posición mayoritaria a Agbar (Aïgues de Barcelona). Suez se fusionó el mismo 2008 con Gaz de France y, después de algún cambio en la denominación corporativa, volvió a denominarse Suez.

Suez está fuertemente arraigado, con valor positivo, en el imaginario mundial. Pero simboliza a la vez la vulnerabilidad de los vínculos entre los tres viejos continentes: Europa, Asia y África. Aquí es, también, una empresa muy potente que forma parte del capitalismo global y que nos recuerda que nuestros márgenes de decisión son, en tantas cosas, muy pequeños. Lo miremos como lo miremos, Suez nos importa.

Albert Carreras es director de ESCI - Universitat Pompeu Fabra

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