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Caroline Darian
27/01/2025
Escritora
3 min
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He leído con interés y estupor, a ratos con un gran escalofrío, el libro Y dejé de llamarte padre, de Caroline Darian (Ediciones 62), la hija del matrimonio Pelicot. Es una crónica de los hechos que nos conmocionaron a todos, escritos en primera persona desde una perspectiva única: ser la hija de la víctima y del verdugo.

Es un testigo de un valor incalculable, valiente y honesto, que la autora ha escrito y publicado porque, según reconoce, le pareció que formaba parte de su proceso de sanación del trauma. Obviamente, también es un grito de alerta para detectar y luchar contra los casos de sumisión química, al parecer más habituales de lo que pensamos.

Caroline, la media de tres hermanos, casada y madre de un niño pequeño, vio cómo su vida –hasta entonces razonablemente feliz y "normal"– estallaba con una detonación que provocó daños irreparables. El 2 de noviembre de 2020, la policía le llamó para comunicarle que su padre se encontraba bajo custodia policial. Esta noticia es sólo la punta del iceberg de un auténtico infierno: el padre, Dominique Pelicot, había drogado a su madre para entregarla, inconsciente, a un gran número de hombres, que la violaban mientras Dominique lo grababa todo.

A partir de ahí, Caroline vive con horror el descubrimiento de que ese padre cariñoso con sus hijos y sus nietos –pese a ser algo irresponsable en el ámbito económico– era en realidad un monstruo que se había dejado arrastrar por los instintos más abyectos, sin importarle el daño que estaba haciendo a toda la familia.

Caroline escribe para hacernos entender la mezcla de sentimientos que le tocó vivir. Dolor por haber perdido a un padre –y su hijo un abuelo que amaba–; culpabilidad por no haberse dado cuenta de la perversión que se estaba produciendo tan cerca de sí; rabia por el comportamiento indecente de su padre –quizás también contra sí misma–, y finalmente, y para mí se trata quizás de un aspecto especialmente doloroso, Caroline confiesa las desavenencias con su madre, que, todavía secuestrada por la dominación del su marido, rehuye la realidad y encuentra la forma de empatizar con su verdugo.

Es un testigo muy esclarecedor de un caso tan escalofriante que costaba creer. Contado por Caroline –una de las grandes damnificadas–, todo toma sentido y se vuelve creíble, y nos invita a admitir, con horror, que a nosotros también podría habernos pasado. Que la maldad existe y que podría ser que una persona que conocemos y apreciamos esconda una personalidad absolutamente pervertida.

La hija de Dominique y Gisèle dice que escribe desde la oscuridad: "estoy llena de noche". Pero añade: "La escritura de este libro me habrá permitido no tanto deshacerme de él como explorarla para tenerle menos miedo". También siente una necesidad imperiosa de transformar la terrible herencia paterna en materia noble. Su compromiso con la causa de las mujeres/víctimas le servirá para lograr ese objetivo. "Me aferro a la idea de que este testigo hará cambiar la vergüenza de bando".

Gisèle y su hija Caroline son dos mujeres valientes, y nos enseñan el camino por donde hay que avanzar si queremos que esta frase pronunciada por la víctima de este caso se convierta en mucho más que un eslogan. Los agresores y abusadores se resistirán, pero es absolutamente justo y necesario que la vergüenza acabe cambiando de bando de verdad.

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