Cuando la lectura es una actividad fundamental en la vida de alguien, incluso para preservar su salud mental, ocurre que, de vez en cuando, durante una temporada, cuesta acertar la elección. Yo llamo épocas de sequía: durante semanas, quizás meses, nada de lo que empiezas a leer te seduce. Cuando esto ocurre, tengo verdaderos ataques de añoranza del momento en que descubrí una obra o un autor y me enamoré. Me gustaría volver a leer por primera vez, por ejemplo, Margaret Atwood (que descubrí con la novela Ojo de gato), o volver a sentir la emoción que me despertó La extraña desaparición de Esme Lennox, cuando aún no sabía quién era la gran Maggie O'Farrell.
Escribo este artículo en este momento de deslumbramiento, que hacía tiempo que no gozaba. Acabo de leer Guerra de infancia y de España, de Fabrizia Ramondino, que ha publicado Libros del Asteroide.
Lamento confesar que no conocía de nada a esta autora (ahora sé que en Italia se considera un clásico de la narrativa contemporánea), que de pequeña vivió en Mallorca –en los años de la Guerra Civil– porque su padre era el cónsul italiano en la isla. El período histórico y el escenario me apetecían, así que me dejé guiar por la intuición y fui a buscar el libro de Ramondino.
Como un amor inesperado, las páginas de este libro me han ido cautivando una tras otra. Se trata de unas memorias de niñez que claramente mezclan recuerdos y ficción, narradas con destreza por una autora que logra recrear el descubrimiento del mundo por parte de una niña fantasiosa y sensible, de carácter particular, en un ambiente muy especial.
Fabrizia Ramondino nació en Nápoles en 1936, hija de un diplomático. Escribió novela y poesía, se dedicó a la enseñanza y se mantuvo socialmente comprometida. Su opera prima, Althénopis, se publicó en 1981 gracias al apoyo de las escritoras Natalia Ginzburg y Elsa Morante. Ramondino murió en el 2008.
Pero más allá del paisaje mallorquín y el retrato de la sociedad mallorquina de la época, este libro nos ofrece un testimonio singular y emocionante: la niña de una familia que en casa se expresa en italiano y socialmente en castellano se enamora de la lengua que hablan los mallorquines que trabajan en su casa, especialmente la Dida, con la que establece una relación muy intensa. A través del amor en el Dida, la autora explica el amor a una lengua que fue parte esencial de su infancia. Tanto el mallorquín como el pan con sobrasada les gozaba a hurtadillas de su madre.
Fabrizia Ramondino regresó a Mallorca en 1979 y pudo visitar la casa de Son Batle donde había vivido, acompañada por el jardinero, que la recordó. A partir de ahí, desde la madurez, la escritora recreó aquellos primeros años, vistos por una niña con una gran personalidad, ocurrente y creativa (en muchos momentos me ha recordado lo inolvidable Celia de Elena Fortún).
La novela también deja testimonio de la realidad mallorquina del momento: las señoras de la buena sociedad isleña acuden a las fiestas del cónsul disimulando su riqueza, con el sombrero escondido en una caja. Cuando entran en Son Batle, se ponen el sombrero y guardan en la caja al mallorquín, para hablar en castellano.
Y todavía una curiosidad: cuando el cónsul italiano se va de Mallorca, a la fiesta de despedida, el padre Alcover le regala un libro procedente de la biblioteca particular de Ramon Llull.