Adhesión. La Unión Europea ha tomado una decisión valiente pero incierta. Anunciar la apertura de negociaciones de adhesión con un país en guerra carece de precedentes. Es arriesgado. Es sobre todo una apuesta política. Una inyección de futuro para el gobierno de Kiiv, justo cuando la fatiga de la guerra comienza a pasar factura y la ayuda financiera y armamentística de los aliados se debilita al mismo ritmo que las victorias en el frente. La UE ha hecho una demostración de compromiso retórico y geopolítico con Ucrania porque es lo más contundente que puede ofrecerle en estos momentos. Volodímir Zelenski necesita dinero, sin embargo, con la revisión del marco financiero comunitario empantanada, Bruselas lanza el balón adelante y le ofrece un horizonte europeo.
Después de un año y medio de ayuda económica y militar al gobierno de Kiiv, la UE es consciente de que el esfuerzo realizado hasta ahora ha sido suficiente para mantener la resistencia ucraniana de pie, pero no para romper el equilibrio de fuerzas que ha llevado al frente de guerra al enquistamiento. Crece la conciencia y el miedo al coste de una guerra larga, pero también a las fracturas internas que pueden ir resquebrajando la unidad de los Veintisiete. La credibilidad de la UE está en juego. Bruselas sabe que nunca podrá llenar el vacío que deje una posible reducción de la ayuda que hasta ahora aporta Estados Unidos. Sin embargo, también es consciente de que el coste geopolítico y económico de la derrota de Ucrania sería aún mayor.
Chantaje. Como siempre, Viktor Orbán ha sido el abanderado de la resistencia interna en la Unión. La cara visible y fanfarronada de un mar de fondo. En la cumbre de la semana pasada, la UE se sacó de la manga una conveniente invitación a que Orbán saliera de la sala de reuniones mientras los otros 26 socios comunitarios aprobaban por unanimidad la apertura de negociaciones de adhesión con Ucrania y Moldavia. Pero no pasaron ni 24 horas que el primer ministro húngaro volvía a la carga con el bloqueo de una ayuda económica de 50.000 millones de euros para los ucranianos y pedía, a cambio, que la UE le descongelara sus fondos comunitarios embargados por no haber realizado las reformas necesarias para garantizar la independencia del sistema judicial. Además, Orbán aseguraba ante la prensa de su país que sus propios colegas de la UE le habían dejado claro que ya tendría tiempo suficiente para volver a bloquear el proceso de adhesión más adelante teniendo en cuenta los años que debe durar . Frivolidad y petulancia que probablemente esconden alguna verdad.
El apoyo de la UE en Ucrania es rehén de las agendas internas de algunas capitales europeas. Y el período preelectoral que está a punto de empezar, de cara a las europeas del próximo mes de junio –con las fuerzas de la derecha radical subiendo a las encuestas–, sólo puede complicar aún más las decisiones urgentes a tomar.
Incertidumbre. De momento, Orbán tendrá más dinero para engordar su monopolio de poder y las campañas euroescépticas que ya llenan vallas publicitarias con mensajes contra Ursula von der Leyen y la Comisión Europea.
A medida que se acerquen las elecciones, el ambiente es irá enrareciendo. En Eslovaquia, el gobierno de Robert Fico ya tiene la calle en su contra. Sólo dos meses después de ganar las elecciones con un discurso muy duro contra Ucrania, miles de personas se han manifestado en los últimos días en las ciudades más grandes del país contra la decisión del primer ministro de cerrar de inmediato la Fiscalía Especial que investiga los casos de corrupción política, algunos de los cuales afectan a personas vinculadas a Smer, el partido de Fico.
Además, con la fatiga y la tensión también emergen grietas en el interior de Ucrania, donde van cogiendo bastante algunas voces discordantes, políticas y militares. Mientras, la ayuda militar occidental en Ucrania ya ha caído al nivel más bajo desde la invasión rusa de febrero de 2022. El nivel de incertidumbre aumentará aún más en los próximos meses.