Molino de viento en la Conca de Barberà.
08/10/2024
3 min

No conozco a nadie que esté en contra de los molinos de viento y las placas solares. Pero al mismo tiempo conozco a poquísima gente que trabaje activamente para que se instalen en su pueblo. Nos hemos instalado en el "sí pero no". Es decir: existe la conciencia general de que no podemos depender del petróleo, el gas y las nucleares, pero nadie quiere "ensuciar" su territorio con parques energéticos verdes. La estima por el paisaje ha crecido y está pasando por encima de la lucha contra el cambio climático.

¿Pero qué es el paisaje? ¿Por qué ahora, por ejemplo, en determinados entornos urbanos, nos gusta ver una antigua chimenea de ladrillos? El símbolo de la originaria industrialización contaminadora se ha convertido hoy en una seña de identidad patrimonial integrada con orgullo en los paisajes urbanos. Me aventuro a decir que, dentro de unas décadas, los actuales molinos de viento serán elementos apreciados, puntos de referencia a conservar. Formarán parte de nuestro imaginario paisajístico. Pasaremos del rechazo de hoy a la protección del mañana. El paisaje es un valor cambiante y secularmente humanizado. Piense, si no, en el mosaico de campos cultivados del Priorat o el Empordà. Como decía Josep Pla, lo han hecho los campesinos y notarios. Los cambios se suceden. No hace tantos años, nos colonizaron las antenas de móviles, y no recuerdo que hubiera demasiada oposición. Todo el mundo quería conectividad.

Contra el lema No me in my back yard [No en mi patio trasero], creo que debemos girar la tortilla e ir hacia la idea del paisaje agrovoltaico –hay iniciativas interesantes, como la comunidad de energía renovable de Estamariu, impulsada por el propietario de Fluidra–, del small is beatiful también en la energía verde. Un molino de viento municipal en cada pueblo donde haya viento, un pequeño parque fotovoltaico de iniciativa ciudadana en cada municipio aprovechando espacios reconvertibles, desde antiguas canteras o vertederos hasta polígonos industriales. En el caso de las placas solares, también tejados, claro. Una acción colectiva así, promovida por la administración, además de ser ejemplificante supondría un gran impulso y rompería el tabú estético que todavía prevalece.

Basta con viajar a los Países Bajos para ver que la convivencia armónica con la energía eólica es posible: allí ya tenían la tradición histórica de los molinos de viento, quizás por eso les ha sido más fácil. Han instalado miles en la tierra y en el mar. En la eólica marina, además de los Países Bajos, se están volcando Dinamarca y Suecia, pero también tienen planes ambiciosos Francia (frente a Bretaña) y Reino Unido, incluida Escocia. No podemos renunciar a grandes parques eólicos y fotovoltaicos. La emergencia es grande.

En Cataluña estamos a la cola. En 2023 la producción de energía eólica sólo supuso el 8% y la fotovoltaica, el 1,3%. Ni siquiera se ha aprobado el Plan Territorial de las Renovables, dicho PLATERO. Los políticos no se atreven a ir contra corriente. Pero la situación es grave. Las viejas centrales nucleares –en el 2023 las dos de Ascó y la de Vandellòs nos proporcionaron el 58,5% de la energía porque la sequía redujo mucho el aporte hidráulico– tienen fecha de caducidad: deben cerrar entre el 2030 y 2035. Diseñadas para funcionar durante 40 años, ya están al límite (Ascó I es de 1984).

Muchos todavía recordarás –y participaréis– el movimiento del "nucleares, no gracias" de principios de los 80. Eran los tiempos, también, del "en catalán, por favor". Éramos educados y optimistas. Ahora deberíamos hacer una transición mental rápida hacia lo "renovables, sí, por favor". También en mi casa. No sólo debe ser nuestra contribución catalana a la lucha global contra la crisis climática, sino que debemos hacerlo a la vez por interés propio: o eso o seguir contaminando y, además, tener una enorme dependencia energética exterior, previsiblemente de eólica de los Monegros aragoneses, transportada vía líneas de muy alta tensión (MAT) que todavía nos interferirían más el paisaje. El objetivo europeo es que cada país en 2030 produzca un 42,5% sobre el total de energía (no sólo eléctrica) en renovables. España va muy bien (50,3% el pasado año sumando viento, sol y agua en energía eléctrica). Cataluña va muy mal (13,6% el año pasado en el mismo concepto). O sea, renovables sí. En todos los pueblos. Y rápido.

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