Amanda Gorman a la investidura de Joe Biden
15/03/2021
4 min

Hoy en día no se acostumbra a relacionar la traducción con la violencia, tal como explica muy bien Tiphaine Samoyault en su ensayo titulado, precisamente, Traduction et violence. La última semana, sin embargo, ha sido una excepción a raíz de la polémica que ha levantado, en Europa, la elección de las personas que tienen que traducir The hill we climb de Amanda Gorman.

En las reacciones que se han hecho públicas en los medios y en las redes sociales, se alude, sobre todo, a la violencia que implica recusar la elección de traductores que hicieron inicialmente las editoriales holandesa y catalana, Marieke Lucas Rijneveld y Víctor Obiols. Es muy comprensible la frustración de estos escritores, sobre todo la de Obiols, que ya había acabado el trabajo, a pesar de que el contrato todavía no estaba firmado. Aun así, sorprende la violencia de la mayoría de comentarios, no tanto de los interesados, pasado el primer momento de incomprensión y enojo, sino de otros profesionales del mundo de la edición y la cultura, así como, simplemente, de opinadores encendidos –con excepciones remarcables como el reportaje del ARA que da espacio a diferentes voces y opiniones medidas, o artículos como los de Anna Guitart, también en el ARA, y de Isaias Fanlo en Núvol.

Como es bastante habitual, los clamores a favor de la libertad artística y contra la censura se han acompañado de violencia verbal, dirigida a la propia Amanda Gorman, al activismo antirracista, a las “minorías” que reclaman derechos y, finalmente, a las mujeres en general. Un artículo como el de Daniel Cunin (traductor de Marieke Lucas Rijneveld al francés) en Profession Spectacle, que ironiza sobre la “melanina” presente en la piel de las personas implicadas o sobre su físico “atractivo”, roza claramente la misoginia y el racismo, por no hablar de la transfobia, puesto que emplea sistemáticamente el femenino para referirse a Rijneveld, a pesar de saber perfectamente que está hablando de alguien que se define como persona no binaria.

A partir de la propuesta de Tiphaine Samoyault, sin embargo, podemos ampliar un poco la óptica del debate, para reflexionar sobre la relación, en general, entre la traducción y la violencia. La escritora, profesora y traductora francesa recuerda que el acto de traducir, a pesar de que nos gusta relacionarlo con la relación pacífica entre lenguas y culturas, y con la empatía que tiene que caracterizarlo, implica también un juego de poder e incluso, a veces, una agresión. Solo hay que repasar la historia colonial, tanto española como francesa, para comprobarlo.

Incluso la empatía bienintencionada respecto a las minorías puede conllevar una violencia implícita, que consiste en no tener en cuenta las desigualdades sistémicas que las convierten, justamente, en minorías. No se trata de “comprender” desde una posición de privilegio cómo se sienten las personas que sufren discriminación, sino de combatir estas injusticias. Y sabemos muy bien que en la lucha contra el racismo, que sigue siendo uno de los factores más importantes de desigualdad en nuestras sociedades europeas, los gestos simbólicos son relevantes también. Si el presidente electo de los Estados Unidos eligió a Amanda Gorman para que leyera un poema en la ceremonia de su toma de posesión fue porque quería hacer un gesto de este tipo. Y si desvinculamos la traducción del simbolismo que dictó la versión original del poema –escrito para la ocasión– estamos olvidando que la traducción tiene un contexto social e histórico, igual que la literatura.

La editorial francesa que publicará el poema escogió para hacer la traducción –antes de que estallara la polémica– a una rapera belga afrodescendiente de la edad de Gorman, Lous and the Yakuza, pero no tanto por estas circunstancias personales (que, sin duda, influyeron) como por fidelidad a la tradición de spoken word de la que surge la poesía de Amanda Gorman y que ha empapado la lucha antirracista en los Estados Unidos, desde la Harlem Renaissance al Black Lives Matter. La única objeción que se puede hacer a esta elección es que Lous and the Yakuza no tiene experiencia como traductora (como tampoco la tenía Rijnevald, a diferencia de Obiols, traductor y músico acreditado). La editorial Fayard podría paliar este obstáculo previendo una colaboración con una persona experimentada.

Canan Marasligil, traductora y artista turca establecida en Amsterdam, retoma la cuestión de la violencia desde otro ángulo. Se muestra consternada por el poco vuelo del debate alrededor de la traducción de The hill we climb y lo atribuye a lo que denomina –tanto en inglés como en francés, las dos lenguas en las que ha escrito un artículo sobre el tema– “uncaring”, que podríamos traducir por “descuidar”. El descuidado, entendido como “falta de cuidado, de atención y de responsabilidad”, caracteriza, según ella, nuestra sociedad actual. Podríamos añadir que es a la vez la antítesis de la traducción, una operación que exige un máximo de cuidado y de atención, y también asumir de manera responsable sus elecciones, incluso las que conllevan una cierta violencia.

Marta Segarra es directora de investigación en el Centre National de la Recherche Scientifique.

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