¿El último tabú?

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Dos trabajadoras sanitarias en un hospital.

Nos encontramos entre dos días 10. El 10 de septiembre, Día Mundial para la Prevención del Suicidio, y el 10 de octubre, Día Mundial de la Salud Mental. Y entre uno y otro, se me cae en las manos –o más bien me pasa ante los ojos en una pantalla– un artículo científico publicado el mes pasado sobre el suicidio entre los profesionales de la medicina. El estudio revela que, aunque la proporción de suicidios ha disminuido con el tiempo, existen diferencias entre hombres y mujeres. Los médicos presentan un riesgo de suicidio similar al de la población general, y las médicas todavía presentan un riesgo un 24% superior.

Esta cifra, siendo alarmante, representa una mejora significativa respecto al estudio anterior llevado a cabo por el propio equipo investigador en 2004, cuando el riesgo resultante para las médicas fue un 76% mayor que el de la población general.

Cierto que se han hecho progresos. La reducción del riesgo de suicidio entre las médicas en las últimas dos décadas quizá sea una prueba de que las medidas tomadas han tenido un impacto positivo. Es posible que el aumento de la presencia femenina en la profesión, una mayor concienciación sobre la salud mental y la implementación de políticas contra la discriminación de género hayan jugado un papel determinante en esta mejora.

Sin embargo, no podemos conformarnos con esta reducción parcial del riesgo. Un 24% de exceso de riesgo de suicidio sigue siendo inaceptable. Hay que seguir trabajando en diversas direcciones, como mejorar las estrategias de salud mental para los médicos (el Colegio de Médicos de Barcelona lleva haciendo un gran trabajo desde hace años), visibilizar y sensibilizar sobre un problema que parece tabú, crear entornos laborales más solidarios y combatir la discriminación de género.

Esta investigación consistió en un metaanálisis que englobó estudios de 20 países diferentes que examinaban los suicidios entre los profesionales de la medicina desde 1930 hasta 2020. Cabe decir que una de las limitaciones fue la demográfica, dado que las mujeres de el estudio eran predominantemente de Estados Unidos y de Europa. Según la propia investigadora principal, Eva Schernhammer, es importante poder disponer de estos datos de otros lugares del mundo y estar preparados para aceptar que podemos ver cifras tan altas como las que se vieron hace dos décadas en Estados Unidos y Europa.

De hecho, teniendo más datos de mujeres habría podido hacerse una comparación con otras profesiones de estatus socioeconómico similar, algo que sólo pudo hacerse para los hombres. En este caso, se vio que los médicos, en comparación con profesiones masculinas de alto nivel educativo e ingresos similares, tenían mayores proporciones de suicidio. Por tanto, habría que realizar este tipo de estudios también en mujeres, además de analizar los subgrupos con mayor riesgo, así como explorar en profundidad qué podría estar contribuyendo al mayor riesgo.

Todo parece muy duro, pero sólo es conociendo y estudiando los problemas que podemos proponer soluciones. Por supuesto, también en salud mental.

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