Hoy hablamos de
Déjame decirte

Pedro Sánchez y el demonio

Pedro Sánchez.
4 min
Regala este articulo

MadridEs una lástima que Fiódor Dostoievski no siga entre nosotros. De entrada, deberíamos conseguir situarlo en nuestra realidad del siglo XXI, y no sé cómo reaccionaría. Pero tendría mucho interés acercarlo al momento en que vive la política internacional, pendiente del inicio del mandato de un nuevo presidente estadounidense, para después intentar que prestara atención al caso de España y las tribulaciones de su gobierno . No descarto la posibilidad de que las peripecias de un país tan privilegiado en muchos aspectos, y las de un gobernante tan singular, un auténtico contorsionista de la política, acabaran por fascinarlo. Que nadie se indigne. No estoy frivolizante. Sé que la comparación es arriesgada. Pero para Dostoyevski ese político del sur de Europa, capaz de pactar con partidos de ideologías contradictorias, irreconciliables, y mantenerse en el poder en un permanente equilibrio inestable, debería resultar digno de estudio. Por fuerza debería recordarle su Raskólnikov y las fases que atraviesa su vida siguiendo el curso del relato de la novela Crimen y castigo.

Primero fue el período del superhombre, del escogido, capaz de cometer un crimen horripilante, para acabar aceptando sus culpas y deseando ser descubierto y condenado. ¿Será ésta la evolución de Pedro Sánchez y su partido? ¿Habrá sido el líder socialista un traidor y un asesino de tantas cosas? De la independencia judicial, de la libertad de prensa, del derecho a la vivienda digna, de los derechos fundamentales de todos los ciudadanos durante la pandemia, de la autonomía de las instituciones por medio de la colonización de todos los centros de poder, de la persecución implacable de los adversarios políticos –hasta conseguir su desaparición de escena–, de prácticas de nepotismo y tolerancia de la corrupción económica y moral, para justificar lo que es ¿injustificable diciendo que hace de la necesidad virtud? Si ha sido así, no podría sorprendernos que Sánchez cayera derrotado por un insuperable problema de conciencia y, de rodillas en el suelo, pidiera el castigo por su crimen, por su delito de lesa democracia.

La mejor oportunidad la tendría ahora. La ocasión se llama cuestión de confianza. Sánchez lo tiene fácil para dejarlo todo colgado y marcharse. Sólo debería alentar a los partidarios de hacerle pagar todos los pecados de golpe. Hacer como Felipe González en 1996, cuando tras ser abandonado por Jordi Pujol y el grupo parlamentario de CiU en el Congreso, animó decididamente el pacto del nacionalismo catalán con José María Aznar y el PP. Pero Sánchez nunca va a hacer algo similar. De entrada, porque Junts no ha roto, se ha declarado en estado de pasividad, en una especie de huelga de pactos, que es una nueva forma de negociar introduciendo mayor presión. El precedente de Felipe González difícilmente podrá repetirse. Y Pedro Sánchez nunca se planteará los dilemas de un hombre torturado psicológicamente como Raskólnikov. Nunca lo ha hecho. En ningún caso se ha manifestado como un hombre inseguro. No lo hizo ni siquiera durante esos cinco días del pasado mes de abril en los que todo el mundo estuvo pendiente de su posible dimisión.

No creo, por estos motivos, que Sánchez tenga intención de poner en juego su cargo como presidente del gobierno. Por eso, las sucesivas decisiones de dejar en suspenso la propuesta de Junts para que el líder socialista convoque el debate de una cuestión de confianza siempre han tenido la apariencia de maniobras para ganar tiempo. Una iniciativa de este tipo es como un referendo, que debe celebrarse con acuerdos previos que permitan tener la seguridad de ganarlo. Ahora lo lógico es que se busque un pacto para mantener activas las alianzas que permitieron iniciar la legislatura, más que desmontarla. Mientras no se haya realizado judicialmente operativa la ley de amnistía, es difícil pensar en el comienzo de un nuevo ciclo político. Para los reelegidos líderes de los partidos independentistas –en particular para Puigdemont–, no es suficiente la amnistía política, que Sánchez vaya a verle a Bruselas y que tengamos registro gráfico del encuentro. El principal problema es que la ley no se aplica, y es dudoso que pueda completar sus efectos a corto plazo. Lo más probable es que el Tribunal Supremo siga sin poner facilidades, porque ya lo ha dicho de forma explícita en sus resoluciones e informes. Es posible, por tanto, que cuando el Constitucional avale la ley de amnistía se abran otros frentes judiciales para dificultar su aplicación.

Todo se repite

Es la teoría del eterno retorno, que vuelve a plantearse. La vida es cíclica, todo ha ocurrido y todo se repetirá. Friedrich Nietzsche viene a encontrarnos. Y con él algunos de los personajes más famosos de Thomas Mann. Si Sánchez logra salir bien parado de la ruleta rusa de la cuestión de confianza, Feijóo tendrá que pensar que su rival ha vuelto a pactar con el demonio. Es el Doktor Faustus de Mann. Como el músico de la novela, el líder socialista habrá vendido una vez más su alma, en este caso no a cambio de la creatividad artística, sino de una pretendida estabilidad política. Y también cabe la posibilidad de que la oposición subraye el paralelismo de personajes y situaciones con otra obra del escritor alemán, Confesiones del estafador Félix Krull. Sánchez, nuevamente presentado como el político pícaro y oportunista, el prestidigitador al que algún día se le caerá todo el escenario encima. Pero ni lo uno ni lo otro. Ni el Raskólnikov de Dostoyevsky ni el Félix Krull de Mann. Para el líder socialista, el eterno retorno no es repetitivo, porque cada vuelta al circuito tiene sentido por sí misma, y ​​la calidad moral se demuestra con los resultados obtenidos en cada tramo del camino, en cada dificultad superada.

En definitiva, si volvemos a Nietzsche todo cobra más sentido. Si todos nuestros políticos se lo aplicaran, serían y seríamos más felices. La fachosfera es una bendición para Sánchez, porque da sentido a la lucha. Y no gobernar a pesar de haber sido el más votado, como le ocurre Feijóo, significa una oportunidad para continuar el combate. Igualmente, para Puigdemont y Junqueras la teoría del eterno retorno justifica la perseverancia del "lo volveremos a hacer". Si el tiempo es cíclico, no hay espacio para el arrepentimiento. Como escribe Nietzsche en Ecce homo, lo importante es "el amor fati", el amor al destino, calidad del verdadero "superhombre" (Übermensch).

stats