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Teoría y práctica de la inestabilidad

Sánchez y Puigdemont, en el Parlamento de Estrasburgo en diciembre.
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MadridHemos oído decir muchas veces que tenemos un gobierno español paralizado por culpa de las dificultades para gestionar las relaciones con un Parlamento bastante compartimentado, pero la realidad es que la legislatura avanza sin obstáculos insalvables. Lo importante es que el país goza de una estabilidad relativa, sin angustias preelectorales y con buenas perspectivas económicas y de cifras de empleo. Ruido, tanto como desee, con toda la razón en muchos casos, como el del exministro socialista José Luis Ábalos y las prebendas de su ex pareja. Pero en otro nivel los equilibrios entre los socios del pacto de investidura se mantienen con recomposición de los acuerdos. Aparte, las encuestas van dando ligeras variaciones, sin que se instale un clima que permita levantar acta de un cambio de tendencia a favor de una clara alternativa de gobierno. Tenemos la sensación de que pueden pasar muchas cosas, pero no existe una impresión generalizada sobre cómo evolucionarán las preferencias de cara a las próximas elecciones generales, ni cuándo se celebrarán. La intuición general es que debe producirse una situación muy imprevisible y grave para que pueda caer el gobierno de Pedro Sánchez.

A muchos socialistas, especialmente entre los veteranos, les preocupa enormemente cuál será el futuro del PSOE cuando su líder actual se pliegue, ya sea de forma voluntaria –es un decir, porque eso nunca ocurrirá– u obligada por el veredicto de las urnas. Es fácil imaginar a Sánchez dirigiéndose a algún destino europeo, pero siempre dedicado a la política. Lo menciono porque con el actual secretario general socialista tenemos un ejemplo de hiperliderazgo que ha tenido dos efectos principales. En primer lugar, dejar al PSOE hibernado, haciendo un viaje espacial como el de algunas películas de ciencia ficción, en las que los astronautas navegan durante decenas de años sin despertarse hasta llegar a la galaxia de destino. Por eso los socialistas de toda la vida están tan preocupados, porque dicen que ahora no hay debate interno en el partido y que nada es como antes, cuando se celebraban reuniones periódicas del comité federal del PSOE –su máximo órgano entre congresos– y "podían pasar cosas".

Ahora todo lo importante se piensa y se hace desde el Palacio de la Moncloa. Como ejemplo, el día que Sánchez convocó a uno de estos comités sólo para defender la amnistía a los líderes independentistas y buscar apoyo para aprobar que debía hacerse "de la necesidad virtud". Yo, que sigo al PSOE desde los años 80 y conocí a Txiki Benegas al frente de la secretaría de organización del partido, nunca había visto un comité federal tan pacífico y entregado como el que avaló la necesidad del perdón a los impulsores del referéndum del 1 de Octubre para conseguir la normalización política en Catalunya.

No tener rival

El segundo efecto del hiperliderazgo de Pedro Sánchez y la concentración de poder en sus manos ha sido dificultar sensiblemente la aparición y consolidación de una alternativa, en forma de opción sólida desde el centroderecha. Feijóo, el hombre que llegó desde los bosques de Galicia, es quien lo ha sufrido y lo sufre más. En la etapa precedente, con Pablo Casado, Sánchez lo encontró todo muy de cara. De hecho, no tuvo su rival. Casado estaba mucho por hacer. El líder socialista se permitía el lujo de decirle en privado: "Cuando me quites el sitio comprobarás…" Es decir, le hacía creer que lo imaginaba en la Moncloa. Y, ciertamente, no llegó.

El fin de Casado fue terrible y con una diferencia respecto a Sánchez: este último pudo volver a primera fila, con mucho esfuerzo y trabajo, mientras que el exlíder del PP quedó quemado, probablemente para siempre. Así va la política española, con acumulación de políticos incinerados, mientras el líder socialista flota y pervive, con una especial capacidad para convertir en cenizas a los que poco antes habían querido condicionarle o quitarle el sitio. Digo todo esto porque si a Casado le derribó la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, quien no permitió que le perjudicaran los negocios de su hermano ni la crisis de las mascarillas a precio de oro, a Feijóo le está haciendo mucho daño la continuidad de Carlos Mazón en la Generalitat Valenciana.

No pienso ni mucho menos que el líder del PP tenga que caer por ese motivo. Esto no ocurrirá en ningún caso. Pero la permanencia de Mazón al frente del Consell es para el PP una carga más pesada todos los días que pasa. No veo fácil que la justicia penal llegue a dictar una sentencia sobre las responsabilidades de este orden por la gestión de la DANA el pasado 29 de octubre en Valencia, como no ha podido ocurrir algo parecido con relación a las 7.291 muertes de ancianos en las residencias de Madrid durante la pandemia. Pero el castigo es político, también por la vía de la actuación judicial, en este caso de la juez de Catarroja que investiga lo sucedido. Cada auto de la magistrada es una vez más duro para Mazón y su continuidad en el cargo. El problema para el PSOE es que para una moción de censura no suma con Compromís, mientras que el PP puede resistir atrincherado mientras cuente con Vox.

El perdón a las deudas

Los populares tienen otro problema importante con la proposición de la vicepresidenta María Jesús Montero por el perdón de deudas de las comunidades autónomas. Mientras Catalunya sigue esperando el desarrollo de los acuerdos que permitieron la investidura de Sánchez, el resto del país se envuelve con el debate sobre esta importante aportación, previa al nuevo modelo de financiación autonómica. Al final, todo el mundo beberá agua de esta fuente. Pero ahora hay que hacer aspavientos, como ha ocurrido siempre. Después vendrá lo que se acepta la propuesta porque no se pueden menospreciar los beneficios de la operación. Pero habrá dejado el rastro de un debate mal llevado, que ha conducido a calificar de migajas las cifras de algunas comunidades. Un escenario que en el fondo beneficia a los aliados del PSOE. Junts y ERC están en tiempo de cosecha. Simplificándolo mucho, diríamos que los primeros se dedican a las superestructuras ya colocar peones de alta calificación, y los segundos a las infraestructuras y cosas de comida. Con el añadido, en el caso de Junts, del final del episodio tacticista de la cuestión de confianza a la que Sánchez nunca se habría sometido. Un caso para realizar un buen cursillo de teoría y práctica de la inestabilidad política.

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