El confinamiento no hizo proliferar tanto la vida salvaje en las ciudades

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Animales

A lo largo del confinamiento estricto que empezó hace un año, proliferaron en las redes sociales las imágenes de animales en entornos urbanos o frecuentados habitualmente por personas. “La natura se recupera”, se proclamaba en muchas de estas entradas. Es cierto que, coincidiendo con la primavera, se produjo un aumento de la proliferación de hierbas en parques y jardines, alcorques de árboles, arcenes de carreteras y rotondas. Ahora bien, aquellas imágenes de grupos de ciervos que paseaban con el aire filosófico que tienen todos los rumiantes por plazas y calles de ciudades de todo el mundo, ¿indicaban realmente una explosión de fauna provocada por la disminución de la presencia humana?

Un estudio llevado a cabo por investigadores del Institut Català de Ornitología (ICO) y el Centre de Recerca Ecològica i Aplicacions Forestals (Creaf) ha dado respuesta a esta pregunta en el ámbito de los pájaros. Y los datos indican que no. Que al menos los pájaros no invadieron las ciudades sino que, sencillamente, se hicieron más visibles. “Hemos visto que durante el confinamiento había el mismo número de pájaros en las ciudades, pero que eran más fáciles de detectar”, afirma Òscar Gordo, biólogo del ICO y primer autor del trabajo. Los resultados del estudio, la realización del cual ha sido posible gracias a las observaciones de 139 voluntarios que dedicaron 1.248 horas el primer mes del confinamiento, se han publicado a la revista Proceedings of the Royal Society.

El 15 de marzo de 2020, el día siguiente que se decretara el estado de alarma, se puso en marcha el proyecto #JoEmQuedoACasa, que animaba a todo el mundo a fijarse en los pájaros y registrar las observaciones en la plataforma Ornitho.cat, con el objetivo de medir los efectos del confinamiento en los pájaros. Más concretamente, se proponía estudiar las 16 especies más comunas en las ciudades, entre las que está el mirlo, el gorrión o la garza. Un mes y cerca de 20.800 observaciones después, los datos recogidos se compararon con las del mismo periodo de los cinco años anteriores. El análisis reveló que, a pesar de que no había ningún indicio de aumento en las observaciones, sí que se percibía un cambio en los patrones de comportamiento de los pájaros.

Retorno al ritmo natural

En condiciones naturales, las aves son muy activas con la primera luz y a primera hora del día. En los entornos urbanos, y especialmente en las grandes ciudades, en esta franja horaria coincide con mucha gente en la calle. Es también uno de los ratos del día con más ruido procedente del tránsito. Todo este ruido matinal hace que, en general, los pájaros urbanos no sean tan activos a estas horas. Durante el confinamiento, sin embargo, como consecuencia de la reducción de actividad y ruido a primera hora de la mañana, los pájaros recuperaron un patrón de actividad que les resulta más natural y se mostraron más activos en estos momentos del día.

“Una vez más, las aves urbanitas demuestran ser extremamente plásticas y adaptables a los cambios repentinos, una característica que la ciencia ya les había atribuido”, ha explicado en un comunicado Sergi Herrando, investigador del ICO y el Creaf, y también autor del artículo. “En pájaros como la gaviota patiamarilla o la garza, animales muy inteligentes y adaptables, la drástica reducción del tránsito y de la presencia de gente en la calle les animó a utilizar mucho más las primeras horas de la mañana para buscar alimento y, incluso, adentrarse más en los núcleos centrales de los pueblos y ciudades”, apunta en la misma nota Gabriel Gargallo, director del ICO.

La recuperación de la naturaleza

El estudio se suma a una línea de investigación sobre el impacto de la actividad humana en la naturaleza y su recuperación. En los últimos años, mucha gente ha puesto Chernóbil como ejemplo de un lugar donde, con la actividad humana parada, la naturaleza revive. Las redes hierven con imágenes de ciervos, zorros y lobos que pasean por una ciudad fantasma donde las construcciones humanas han sido tragadas por las plantas enredaderas. Una cosa parecida pasa con Fukushima. Las instantáneas de jabalíes y monos que deambulan bajo las paredes de edificios abandonados se han usado para reivindicar la resiliencia del mundo natural ante los embates de la actividad humana. “El hombre es más nocivo que la radiación”, se ha proclamado.

Los datos científicos, sin embargo, a menudo muestran una cierta terquedad en desmontar los castillos de naipes construidos en las redes sociales. Los estudios del biólogo Timothy Mousseau, de la Universidad de South Carolina, indican que en Chernóbil hay menos pájaros que en las zonas no irradiadas y que estos pájaros tienen una incidencia de tumores y deformidades más alta. A pesar de que aquellas imágenes que han dado la vuelta en el mundo, tanto en Chernóbil como en Fukushima se ha comprobado que hay menos mamíferos que en las zonas libres de radiación. El impacto humano en la naturaleza, pues, va mucho más allá que cuatro imágenes virales.

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