Un aula de una escuela
02/04/2024
2 min

TaradilloDesde la llegada de la era de internet las escuelas nos hemos ido encontrando con retos nuevos por resolver, a los que hemos dado respuesta demasiado a menudo con una actitud acrítica que dice muy poco a favor del papel que tenemos como institución educativa. Hemos confundido, por ejemplo, digitalización con embriagueo tecnológico. Hemos sustituido las pizarras de yeso por pantallas interactivas sin cuestionarnos cómo se enseña a aprender. No hemos reflexionado a fondo cómo debemos aprender a cambiar nuestro papel de adultos educadores en una sociedad tecnológica y digitalizada donde el acceso a la información ya no es el problema, porque le ha sustituido el de la capacidad crítica para leer e interpretar esta información. La brecha digital se ha sustituido rápidamente por la obesidad digital, que es uno de los nuevos peligros de pobreza que afrontamos como sociedad.

La última de las trampas a las que hemos caído a cuatro patas nos las han parado las redes sociales. Hoy resulta difícil encontrar una escuela sin perfil en alguna de las redes sociales más populares. Años atrás fue Facebook, hace menos tiempo Twitter (X) y también Pinterest, una red donde muchas de nosotros acuden a pescar ideas, en vez de ir a museos o bibliotecas. Ahora Instagram lo está petando muy fuerte en el ámbito educativo. Las escuelas nos hemos apuntado al carro de Instagram... ¡porque está todo el mundo!

Los equipos de maestros, ahora, tenemos una nueva tarea añadida: convertirse en community managers. Creamos nuestro perfil y empezamos a explicar qué hacemos en la escuela con los niños. Digo conscientemente explicar por qué no creo que lo que volcamos en las redes llegue a la categoría de comunicación. Simplemente explicamos, informamos.

Hemos encontrado un escaparate virtual fantástico que nos permite dejar para más adelante el aseo de la trastienda y de la despensa: superficialidad por delante de profundidad.

Sin espíritu crítico

Lo que más me indigna y me enfada, en primer lugar conmigo mismo, es pensar que hemos entrado allí sin ningún espíritu crítico, sin pensar cómo condicionará nuestra manera de comunicarnos con las familias. Sin pensar que la exposición descarnada de los niños a las redes, aunque tengamos los permisos correspondientes, puede suponer una vulneración de sus derechos. Sin pensar que mientras con una mano hacemos un post en Instagram, con la otra nos lamentamos que niños y jóvenes son demasiado dependientes de los teléfonos móviles. Sin pensar cómo compensar con mayor profundidad las informaciones que volcamos en las redes. Sin pensar si, después de colgar nuestra publicación, el nuestro es un mensaje que dignifica la infancia o bien acabamos de jodernos un nuevo disparo al pie con la escopeta del libre mercado.

En un momento en que se está alertando de los riesgos de la exposición excesiva a las pantallas, particularmente graves para los niños más pequeños, estos mismos niños y jóvenes nunca han visto tantos maestros como ahora con la nariz ante un móvil , entre otras cosas eligiendo las fotos para poder colgarlas.

Espero y deseo que los equipos de maestros nos despertamos pronto para pedirnos qué demonios estamos haciendo y qué sentido tiene todo.

Me parece que no me equivoco si hago el vaticinio que antes que tarde aparecerá una nueva red de escuelas: escuelas libres de redes sociales.

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