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A pie de página

¡Cuidado! Cada quince días muere una lengua

La erupción del volcán en Islandia.
21/02/2025
3 min
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Barcelona"Si alguien nota que le sale sangre de la nariz porque hablo en catalán, que lo diga. No voy a cambiar al castellano, pero llamaré a una ambulancia. Ambulancia, en català." Quien dice esto, y hace reír una sala entusiasta, es Òscar Andreu. Es el protagonista del primer capítulo de la serie Manicómicos, que se emite en la plataforma 3Cat, y en la que el también humorista Ignasi Taltavull conversa con algunos monologuistas destacados del panorama en catalán a partir de un tema central para ellos. En el caso de Andreu es, precisamente, la lengua, el catalán, el que protagoniza su monólogo Llamamiento a los pájaros de colores llamativos. Ya hace algunos meses que le pasea por el país, pero yo aún no he conseguido verlo. Por eso me gustó mirarme este nuevo programa que, con el permiso de Mònica Planas, le recomiendo mucho. En su capítulo, Andreu explica los orígenes andaluces de una parte de su familia y dice que hasta los 18 años habló sobre todo en castellano. Entonces, sin embargo, decidió que hablaría "catalán en Cataluña, ¡algo lodísimo!" Tras descubrir que el catalán no era una lengua inventada por su madre, empezó a interesarse por la sociolingüística. Andreu encuentra que es un buen momento para hablar del tema, y lo cierto es que los datos de la Encuesta de Usos Lingüísticos de la Generalitat, desgraciadamente, lo confirman. El cómic se considera optimista sobre el futuro de la lengua, pero dice que tendremos que esforzarnos. Le parece imprescindible que los políticos se vuelquen, y uno de los ejemplos que pone es que no es incompatible preocuparse por el cambio climático y velar, al mismo tiempo, por la lengua.

Me ha hecho gracia, el comentario, porque me ha hecho pensar en una novela que apenas acabo de leer y que también le recomiendo: Edén, de la islandesa Audur Ava Olafsdottir (Club Editor, con traducción de Macià Riutort revisada por Núria Martínez-Vernis). La protagonista, Alba, es una profesora de lingüística que participa en congresos sobre lenguas minoritarias que se abren con temas tan poco esperanzadores como "Cada viernes muere una lengua". El libro es muy realista, aunque más adelante ofrece el consuelo que parece ser cada quince días, y no cada semana, que muere una lengua. Ay. Como la protagonista se ve obligada a tomar muchos aviones para desplazarse a los congresos, un día decide que plantará 5.600 árboles para compensar la huella de carbono de los vuelos que ha tomado durante el último año. Por eso, compra una casa en una zona aislada de la isla, pero no lo tendrá fácil: para empezar, Islandia es tierra de vientos devastadores. El traslado a esta nueva vivienda hará que haya que deshacerse de algunos libros, la mayoría de lingüística, y en la tienda de segunda mano del pueblo le dicen que tienen pocas esperanzas de que interesen a nadie. Pero acaban enseguida: la cajera del banco ha comprado un sobre genealogía de la lengua, y la del supermercado, una recopilación de ensayos sobre gramática. Sorpresa, asombro: a la gente le importa, la lengua. Incluso, en la novela, un joven refugiado se va sintiendo más integrado a medida que va aprendiendo el islandés.

Olafsdottir no es idealista, es consciente de que el caso de este chico puede ser excepcional, y hace reflexiones interesantes a través de Alba y de un sentido del humor muy fino. La protagonista, además, relaciona constantemente cosas que le ocurren con palabras, y disfruta mucho repasando etimologías o declinaciones. También se embelesa con la belleza de algunas palabras islandesas, y yo me he encontrado, mientras leía, pensando en palabras catalanas y deseando que, entre todos, logremos cuidar más esta lengua nuestra tan preciosa.

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