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Jóvenes almorzando en un instituto.
22/02/2025
3 min
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BarcelonaEn uno de mis recuerdos de infancia, nos visualizo a una amiga ya mí asustadas en medio de una manifestación por la defensa del acuífero natural de nuestro pueblo. También recuerdo a la tía de mi amiga mirándonos toda agobiada, sin saber cómo deshacerse de nosotros, resoplando y diciendo: "Estáis a la edad del pavo."La expresión no es correcta en catalán (Optimot recomienda decirle "la edad de la tarta"), pero eso no quita que a nosotros nos pareciera de lo más divertida.

¿Cuál era, la edad del pavo? yo entendíamos qué quería decir la tía, pero estuvimos repitiendo la frase durante un buen rato. Cada vez que cualquiera de nuestros labios expulsaban la palabra. pavo" nos retorcíamos de risa hasta el punto de mirar de reojo el lavabo público más cercano y sufrir por su lejanía. Nunca nos habíamos parado a pensar quiénes éramos, pero nos lo pasábamos bien.

La edad de la sinvergüenza, en realidad, llegaría al cabo de unos años. Vivir para contarlo, de los raperos zaragozanos Violadores del Verso. De ahí saldría una frase: "Yo tampoco sé vivir, estoy improvisando", que veríamos muchas veces a los nicks de Messenger, en las publicaciones de Fotolog y en los grafitis de las calles. Empecábamos la ESO, teníamos las hormonas revolucionadas, no entendíamos el mundo ni nos entendíamos a nosotros, y no puedo decir que desde entonces hayamos mejorado.

Una chica que no está muy católica

Hacía años que no pensaba en el verso más popular de esta canción, hasta que he leído el nuevo libro de Irene Pujadas, La intrusa (L'Otra, 2025), y he pensado que haría gracia que fuera la cita destacada de la faja que nos anunciará, seguro, sus múltiples reediciones (no sufras, Eugenia Broggi, no lo propongo en serio). La intrusa es el claro ejemplo de que aquella frase era tan cursi como cierta: absolutamente nadie de nosotros sabe vivir, hacemos lo que podemos en cada momento. Como Diana.

Diana es la protagonista del libro, una chica que no acaba de estar muy católica, o eso cree la gente de su alrededor, que le pregunta "¿Qué te pasa?" porque le percibe algo raro. A la protagonista se le intuye un mal y nadie, ni ella misma, sabe exactamente cuál. Es por eso que, por una serie de causas-efectos que descubrirá cuando lea el libro, la solución que acaba encontrando es entrar en su interior y hacer un viaje interior por su propio cuerpo, que en realidad es un viaje interior por el yo: el gran misterio que a todos nos interesa y satura a la vez.

El libro de Irene me ha dado cuenta de una serie de cosas: primero, que magnífico que es cuando los creadores destapan su propio rayo de ideas y no crean una obra siguiendo ningún parámetro moral preestablecido (a veces me imagino a algunas productoras teniendo una conversación con una ruedas. Así cumplirá todos los checks antes de empezar", pero Pujadas esto no lo hace, y su imaginación es liberadora para el lector); segundo, sólo cuando lees una novela de aventuras te das cuenta de cómo echabas de menos las novelas de aventuras; La intrusa me ha encantado. Todo podría resumirse con un "me lo he pasado muy bien leyéndolo", lo que daría más de redacción de primero de ESO que de columna en el diario ARA. Pero es que, en ocasiones, no hace falta más. Cuando la tía de mi amiga me dijo que estaba a la edad del pavo, yo no era todavía una persona autoconsciente; cuando oí los versos de Vivir para contarlo, mi incipiente autoconciencia me hacía sentir que la improvisación era el único camino, y la autoconciencia de mis treinta años no me ha demostrado aunque en la introspección del yo pueda encontrar ninguna solución mágica. Lo que creo que dice este libro es que no hace falta que demos tantas vueltas: si todo es un caos, dentro o fuera de nuestro cerebro, podemos relajarnos y encontrar la manera de vivir bien y bastante. O como decía la canción: "Si canto con gracia a la desgracia, ¿quién es el soso?" Irene Pujadas seguro que no.

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