El Salón de Contrataciones de la Casa Llotja de Mar
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La majestuosidad del Salón de Contrataciones de la Casa Lonja de Mar, a pocos pasos de la Catedral del Mar de Barcelona, ​​es testigo mudo del esplendoroso pasado comercial de la Cataluña medieval. Cuando fue construida, los mercaderes catalanes llevaban siglos dominando la navegación comercial en el Mediterráneo y las reglas y costumbres establecidas en el Libro del Consulado de Mar eran el lenguaje común del comercio, compartido en todas las riberas del mar interior.

Sin embargo, la construcción del edificio coincidió con la llegada de la peste negra a finales del siglo XIV y durante los dos siglos posteriores Cataluña pasó por una larga etapa de declive demográfico y económico, marcada por la inestabilidad política y la fragilidad institucional. A pesar de esta fase de decadencia, coincidiendo con una época clave del desarrollo comercial europeo, en las primeras décadas del siglo XX la economía catalana se situaba entre las más prósperas de Europa y doblaba en PIB per cápita a la media española de la época. ¿Cómo fue posible?

El último número de la Revista Económica de Cataluña (REC), dirigido por Guillem López-Casasnovas y coordinado por Albert Carreras, aporta algunas pistas para responder a este interrogante y, al mismo tiempo, abre nuevos interrogantes de cara al futuro. Las raíces económicas de la Cataluña contemporánea deben encontrarse en el siglo XVII, cuando se desarrolló una agricultura comercial basada en el vino y el aguardiente y orientada a los mercados más prósperos de la Europa del norte.

Siguieron la manufactura de la lana y las indianas (tejidos de algodón estampados) en el XVIII, lo que propulsó la emergencia de una clase artesanal con las habilidades que serían decisivas para aprovechar las innovaciones técnicas que hicieron posible la Revolución industrial. La falta de recursos naturales, la relativa lejanía del poder absolutista y un contexto cultural, social e institucional diferenciado y más permeable a los cambios espolearon un renacimiento del antiguo espíritu comercial de épocas pasadas. Pero esta vez orientado hacia el Atlántico y en base a un artesanado preparado y predispuesto a absorber las innovaciones científicas y tecnológicas procedentes del norte de Europa.

La Segunda Revolución Industrial

La Cataluña industrial del XIX constituyó una singularidad en el sur de Europa: encontró rápidamente un nicho de especialización textil que, gracias a las economías de escala y aglomeración asociadas con la manufactura, caracterizó una estructura productiva más similar a la de las regiones más prósperas del norte. Esta industria se diversificó, primero hacia la maquinaria asociada con el textil, ya continuación, con la Segunda Revolución Industrial, se desarrollaron con fuerza las industrias metalúrgica, química y automotriz.

La creación y expansión del prestigioso fabricante de automóviles Hispano-Suiza, fruto de la colaboración de un ingeniero de origen suizo y un empresario catalán, a principios del siglo XX, marcaron el punto más alto de economía catalana contemporánea. Y su declive y desaparición marcan también el declive relativo de Cataluña como motor económico, en el sentido de que la distancia que la separaba de otros territorios del Estado se fue reduciendo –aunque en términos absolutos el nivel de vida de la población siguió aumentando con intensidad entre finales de los 50 y los primeros 70.

Las décadas siguientes estuvieron caracterizadas por la desindustrialización y las deslocalizaciones. Sin embargo, la economía catalana sale reforzada de la integración en la actual Unión Europea en 1986 ya partir de 2014 logra estabilizar el peso de la industria en el VAB, que se sitúa todavía muy por encima de la media del Estado , gracias al impulso de las exportaciones.

Ya situados en el presente, un interesante estudio de CaixaBank Research muestra cómo el centro de gravedad de la economía europea se va trasladando progresivamente hacia los países del centro y del norte, lo que certifica la pérdida de posición relativa de Cataluña, que ha pasado en unas pocas décadas de "máquina a vagón". En un mundo rápidamente cambiante, en el que el impulso de las economías de escala y de aglomeración se traslada al sector de los productores y usuarios de bienes y servicios asociados con las tecnologías digitales, cabe preguntarse si Cataluña dispone todavía del capital humano y el espíritu de empresa que debería permitirle volver a ser “máquina y motor” del desarrollo económico en Europa.

En la presentación del monográfico de la REC en el Colegio de Economistas del 18 de junio, Oriol Guixà, actual presidente de FemCAT, explicó cómo un grupo de ingenieros y empresarios catalanes se hicieron cargo en 1980 de una empresa metalúrgica creada en 1808, a punto de quebrar, y la transformaron en pocas décadas en la multinacional innovadora y de éxito que es hoy en día. Sin que tenga relación alguna, recientemente supimos que una sociedad catalana ha llegado a un acuerdo con una empresa china para fabricar en la Zona Franca vehículos eléctricos con la marca Ebro –sucesora de la empresa Ford Motor Ibérica instalada en Barcelona en los años veinte del siglo pasado, y pionera del sector con la Hispano-Suiza.

Y también sin ninguna relación aparente, hace pocas semanas el presidente y el consejero delegado de Criteria presentaron el nuevo plan estratégico del grupo, en el que destaca la voluntad de consolidar a Naturgy –la heredera de la antigua Catalana de Gas impulsada por Pere Duran Farell– como empresa estratégica con vocación industrial y horizonte de crecimiento a largo plazo.

Las circunstancias siempre cambian, y también cambian los riesgos y las oportunidades, pero quizás sí que hay un hilo conductor, intangible pero real, que religa el esplendor de la Casa Llotja de Mar con la excelencia de los vehículos fabricados en la Hispano-Suiza y con la actitud visionaria ya su vez sólidamente técnica y pragmática de un Duran Farell, un Cerdà o un Gaudí. Los grandes edificios –como los grandes proyectos– pueden decaer temporalmente, pero el espíritu profundo que les anima sigue siempre vivo en la cultura de un país, pronto a resurgir en otra forma y otro momento. Como el ave fénix.

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