Violencia política en la Unión Europea

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Agentes de seguridad trasladando al primer ministro de Eslovaquia, Robert Fico, a un coche tras el intento de asesinato.

La violencia política no es algo aislado. Hace tiempo que la polarización y la radicalización se han instalado en el debate político europeo. El tiroteo contra el primer ministro eslovaco, Robert Fico, es el último aviso. Como lo fueron el asesinato de la diputada laborista británica Jo Cox en plena tensión por el Brexit en noviembre del 2016 o la muerte de la ministra de Asuntos Exteriores sueca Anna Lindh, apuñalada en un centro comercial de Estocolmo en el 2003. Ahora hace casi un año la expresidenta de Eslovaquia Zuzana Čaputová, preocupada por las amenazas de muerte que había recibido, anunció que no iba a presentarse a la reelección. "La gente que amenaza con matarme está utilizando el vocabulario de algunos políticos", dijo entonces Čaputová apuntando hacia la retórica beligerante del partido de Robert Fico.

El reforzamiento de los extremos, el endurecimiento del lenguaje y la violencia verbal contra el adversario tensan las campañas electorales y las dinámicas políticas en la Unión Europea.

La policía alemana ha contabilizado más de una veintena de ataques políticos en lo que va de año. Lo grave ocurrió a principios de este mes en Dresde cuando unos jóvenes vinculados a la extrema derecha atacaron al eurodiputado socialdemócrata Matthias Ecke mientras colgaba carteles para la campaña de las elecciones europeas de junio y le provocaron heridas graves. Según cifras policiales, la violencia física o verbal contra representantes electos en Alemania casi se ha duplicado en los últimos cinco años y alcanzó los 2.790 incidentes registrados en el 2023. En Francia las cifras son similares y también van en aumento. Esta violencia se nota sobre todo en el ámbito local. Más del 50% de los alcaldes franceses se declaran víctimas de comportamientos incívicos y dudan en volver a presentarse. También el 40% de los alcaldes de Alemania asegura que ellos o sus familiares han sido insultados, amenazados o agredidos físicamente.

Esta polarización tiene consecuencias directas y contradictorias sobre el sistema democrático. Si bien es cierto que los estudios demuestran que puede tener un efecto movilizador sobre los votantes, también indican que este efecto está impulsado por las emociones y que, por tanto, movilizan a la contra, por oposición, para rechazar explícitamente lo que representan otras opciones políticas. La polarización supone el fin del "consenso permisivo" sobre cuestiones centrales para la construcción europea. Pero no sólo. Lo que existe es una crisis profunda del sistema de representación política. En un contexto de desconfianza institucional y de malestar social, la distancia entre representantes y representados se ensancha y crecen las fuerzas que saben explotar los miedos.

Esta semana, la Comisión Europea volvió a insistir en las grandes redes sociales que intensifiquen los esfuerzos para limitar la amplificación algorítmica de la desinformación y de los discursos de odio online.

Pero la desinformación no se esparce sobre tierra yerma. Su capacidad de penetrar en los debates públicos, confundir o erosionar bebe muchas veces de divisiones socioculturales existentes, apunta hacia vulnerabilidades previas. Los abusos de poder, los sistemas políticos disfuncionales, la corrupción, las desigualdades y la exclusión son caldos de cultivo para la desinformación, pero también para una genuina desconfianza.

El conflicto y el desafío alstatu quo político y social son una parte esencial del pluralismo en las democracias deliberativas. Pero la explotación de la emocionalidad, la lógica del enfrentamiento y la identificación deenemigos, sean tangibles o simbólicos, han pervertido esta contraposición.

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