

Sábado por la noche, en el Colapso, Ricard Ustrell tenía de invitada a Rumeysa Gelgy, la mujer más alta del mundo. Mide dos metros y quince centímetros a causa del síndrome de Weaver, que provoca un sobrecrecimiento del cuerpo. Gelgy vive en Turquía, y el programa enseñó las complejidades de su viaje en avión hasta Barcelona. La joven, de 28 años, debe viajar tumbada, con las condiciones de un vuelo medicalizado. La secuencia sirvió de cebo para anunciar la entrevista que Ustrell le haría al cabo de unos minutos.
La larga y entusiasta claca del público para dar la bienvenida a Rumeysa Gelgy intentaba amorosecer el show. Aplaudían como si lo que estábamos a punto de ver fuera una proeza emotiva, como si tuvieran que compensarle su fortuna. La invitada estaba sentada en una silla de ruedas junto a la mesa del presentador. El contraste de proporciones con Ustrell provocaba un impacto visual. Un plan general era suficiente para que el espectador se hiciera el cargo sin que el programa tuviera que subrayarlo. Se intentaba naturalizar. Pero lo que veíamos es lo que se ha hecho siempre en estos casos. El año pasado Ana Rosa invitaba a la mujer más pequeña del mundo, de 62 centímetros. Y ahora Ustrell lleva la más alta. Es la herencia de los antiguos espectáculos de feria, donde se vendían entradas para enseñar al hombre elefante, la mujer barbuda o los hermanos siameses pegados por el pecho. Es el morbo para exhibir quién es radicalmente distinto.
Hoy en día, para normalizarlo, basta con revestir la conversación de una aparente sensibilidad e interés por su vida. Ustrell le preguntó por su niñez con fotografías de cuando era pequeña e imágenes de su entrada en el quirófano. En la promoción que ha realizado TV3 durante la semana justificaban la entrevista anunciando que descubriríamos cómo es la vida de una persona que no se ajusta a los cánones hegemónicos, como si fuera una cuestión de servicio público.
El guión estaba construido a partir de un supuesto interés por el espíritu de superación y por cómo ha hecho de la desgracia una motivación. Sin embargo, no nos ahorraron la pregunta tópica: Ustrell le pidió si le costaba encontrar ropa o zapatos de su tamaño. Muy original. Durante el programa, la mujer hizo la cuña alabando las excelencias de la compañía aérea que le facilita el trance de desplazarse.
La televisión ha tomado el relevo de las ferias gracias a la base de datos del Libro Guinness de los Récords y el disfraz de la épica de quienes sufren la diferencia. Ahora se financia gracias a la tele pública. Sólo se trata de venderlo con positivismo y espíritu divulgativo, enviando un mensaje a las personas que se sientan identificadas con su caso. Ustrell le preguntó por los demás récords mundiales que poseía, todos vinculados al sobrecrecimiento de su cuerpo. Gelgy les enumeró uno tras otro con orgullo: las orejas más grandes, la mano más ancha, los dedos más largos... Cuando acabó, el público aplaudía al palmarés con entusiasmo. "¡Caramba! ¡Esto no lo tiene todo el mundo!", le halagaba Ricard Ustrell. Un cinismo de récord Guinness para rematar su trabajo.