La conselleria de Educación ha pasado de gestionar una media de 30.000 bajas médicas durante 2018 a más de 80.000 anuales tanto en 2022 como en 2023. Este aumento ha comportado la petición y tramitación de 50.000 bajas médicas más de maestros y profesores de centros de primaria y secundaria en los últimos dos años respecto a antes de la pandemia, lo que supone que las incapacidades temporales se dispararon un 150%. Cada septiembre hay un pico de bajas médicas y cada junio un pico de altas. Son datos preocupantes. Una reciente encuesta del sindicato USTEC decía que más de un tercio de los docentes catalanes están pensando en dejar el sector.
Hace tiempo que el malestar y el cansancio han pasado a ser dominantes en los centros educativos entre los maestros. Esto no significa que no haya muchos maestros comprometidos, activos e implicados. Pero existe un pesimismo ambiental que no se puede ignorar. Las causas son complejas y diversas: la creciente diversidad del alumnado, los continuos cambios curriculares, la crisis de los resultados académicos, los cambios de hábitos en la vida familiar, la vulnerabilidad y precariedad en la que viven muchos niños, la entrada de maestros no tan vocacionales, los cambios organizativos y de la gobernanza de los centros, la burocratización de las tareas, la inestabilidad de los equipos, las reclamaciones laborales, la irrupción de las nuevas tecnologías, la politización de la lengua, los problemas de disciplina y falta de respeto, incluso de violencia... El sistema educativo, muy poroso respecto a los cambios y fragilidades sociales, lleva tiempo sometido a transformaciones encadenadas y tensiones cruzadas irresueltas. Y al final, solo en el aula, hay maestros que, desbordados o impotentes, se dan por vencidos. En algunos casos, también los hay que no se han actualizado pedagógicamente o se han funcionarizado. Esto también resulta frustrante y letal para el sistema. En cualquier caso, el cansancio, físico o psicológico, o la desmotivación, acaban teniendo consecuencias. Las bajas médicas o las ganas de dejarlo son el exponente más claro.
¿Cómo afrontar la situación? ¿Cómo incidir en un mejor clima de trabajo, de modo que se consiga disminuir las bajas o las ganas de cambiar de profesión? La respuesta fácil es reclamar más medios, más maestros, más recursos. De hecho, aunque nunca es suficiente, en los últimos años se ha avanzado en esta línea: se han incrementado plantillas, se han consolidado plazas. Seguro que puede hacerse más. Debe seguirse el camino de fortalecer el sector para responder adecuadamente a unas necesidades crecientes dados los evidentes retos pendientes. Pero el crecimiento presupuestario tendrá siempre límites. No se puede fiar todo al dinero.
Existe un problema más de fondo, más estructural y cultural en sentido amplio, que pide la implicación de todos los agentes educativos: empezando por los propios maestros y siguiendo por la administración, los padres, los alumnos, los partidos políticos y los sindicatos. Es importante descartar soluciones mágicas y huir de la batalla campal a expensas de buscar culpables y de crear bandos pedagógicos, ideológicos o gremiales. Así sólo se logrará crispar más la situación. Sólo revirtiendo el clima, generando un entorno de confianza, se conseguirá que en las aulas vuelvan a dominar la ilusión y el optimismo. Si sufren los maestros, sufren los alumnos y los padres. Si los maestros reencuentran el gusto por educar, todos saldremos ganando.