El centenario del nacimiento de Paco Candel (1925-2025) brinda una oportunidad para reflexionar sobre su legado. Supo capturar la compleja realidad de la inmigración en Cataluña en obras fundamentales como Los otros catalanes (1964) y Los otros catalanes veinte años después (1985). No sólo documentó las vivencias de los recién llegados de otras regiones de España, ni únicamente las dificultades económicas y sociales que tuvieron que afrontar, sino también el proceso de integración en una sociedad con fuerte identidad cultural y lingüística. Aunque las dinámicas migratorias y los desafíos de integración han cambiado radicalmente desde entonces, las controversias siguen siendo intensas.
Las grandes ciudades industriales han sido históricamente polos de atracción para aquellos que buscan escapar de la pobreza y el hambre, y esta realidad no ha cambiado. No deberían tener que abandonar por necesidad sus hábitats, sus familias. Aun así, estas consideraciones son ahora higos de otro costal.
En la época en que leíamos a Candel con optimismo, la inmigración en los suburbios de Barcelona era predominantemente española: los hombres trabajaban como peones, mientras que muchas mujeres eran empleadas domésticas en casas burguesas, donde recibían techo, comida y un salario modesto. Hoy, el volumen de recién llegados es exponencialmente mayor y su procedencia, principalmente extracomunitaria. Los puestos de trabajo también han cambiado: ahora suelen ocuparse en la industria, en la hostelería, en el sector salud. Los debates actuales giran en torno a su impacto cultural, económico y social, incluyendo preocupaciones por la supervivencia del catalán y el rechazo al extranjero. Sin embargo, estos problemas son a menudo magnificados e instrumentalizados por partidos ultraliberales y de ultraderecha, que explotan el miedo para obtener rédito político.
Más allá de estas cuestiones, existe un aspecto que considero que merece más atención: el bienestar subjetivo que los recién llegados aportan a la sociedad, especialmente a grupos vulnerables como las personas mayores. Cataluña se enfrenta a un envejecimiento demográfico acelerado, lo que genera desafíos sociales y económicos, incluyendo la necesidad de cuidados personalizados. En este sentido, es importante considerar que la calidad de vida no se mide únicamente en términos de bienes materiales o crecimiento económico, como el PIB, sino también en la satisfacción percibida con nuestra vida. De esta forma, muchas personas recién llegadas, en su mayoría de países sudamericanos con culturas basadas en valores colectivistas, trabajan en sectores de asistencia personal y cuidado de personas mayores. Entre cuidadores y mayores suele desarrollarse un vínculo de compañía, empatía y respeto mutuo, elementos esenciales para el sentimiento de bienestar y la percepción de calidad de vida. Este acompañamiento combate la soledad, un factor de riesgo de lo más preocupante para la salud mental y física de los mayores.
No hace falta justificar que la integración de los recién llegados a nuestra sociedad es fundamental, aunque no exenta de retos titánicos. Una cuestión clave es la relación con la lengua y la cultura catalana. A pesar de los esfuerzos institucionales, la adopción del catalán como lengua de uso habitual por parte de la inmigración extracomunitaria de habla castellana sigue siendo una tarea monumental, por no decir imposible. La omnipresencia del castellano en la esfera pública, acentuada hoy por las redes sociales, dificulta el aprendizaje y uso del catalán, debilitando su vitalidad. Además, la globalización económica promueve el inglés como lengua franca en numerosos contextos profesionales, arrinconando aún más al catalán. Las escuelas de inmersión lingüística realizan un trabajo admirable, pero a menudo se ven superadas por un entorno sociocultural adverso. Cuando salgo a las calles de Barcelona, a las tiendas y servicios, a los bares y restaurantes, escucho deliberadamente a la gente cuando habla. En medio de un vasto magma de lenguas, donde predominan el castellano y sus variantes, detonan chispas en catalán. Pienso que la convivencia de varias lenguas en un mismo espacio no debería considerarse un obstáculo, sino una riqueza. Y aunque el catalán parece estar en desventaja, su futuro como lengua de uso local, con una vitalidad limitada, pero significativa, sigue siendo valioso como símbolo de identidad cultural y prestigio. De hecho, muchos recién llegados podrían desear con el tiempo formar parte de la cultura del país que les acoge.