

Las repúblicas bálticas se han unido este fin de semana a la red eléctrica europea y han abandonado el último cordón umbilical que aún las ligaba a su pasado de la era soviética. Es una desconexión de dimensiones geopolíticas, cargada de simbolismo; otro paso hacia una integración continental que necesita de gestos reales y victorias anímicas, pero también de autonomía estratégica y menos dependencias.
La Unión Europea sigue atrapada en sus propias dependencias.
Entre 2019 y 2023, las importaciones de armamento de Estados Unidos por parte de la Unión Europea crecieron hasta un 55%. También el 50% del gas natural importado en 2023 provenía de su socio transatlántico. Un socio convertido ahora en fuente de inestabilidad frente a un horizonte de crecientes tensiones geopolíticas entre Estados Unidos y China, de amenazas de coerción económica por parte de Washington y con la guerra de Ucrania pendiente de la voluntad de Donald Trump.
Con Estados Unidos convertido en un factor de riesgo global, según el último informe de la Conferencia de Seguridad de Múnich, el mundo se ve obligado a repensar alianzas y seguridades. Donald Trump ha decidido enterrar la pax americana por una política exterior hecha, de momento, de sobreactuaciones, órdenes ejecutivas y amenazas. En el mundo transaccional de Trump, la continuidad de la ayuda militar y financiera a Ucrania puede depender de conseguir la explotación de las minas de tierras raras que hay en el país (como se estaría negociando en estos momentos), y el futuro inmediato de Gaza y la expulsión forzada de sus habitantes se puede anunciar como si se tratara de un proyecto.
Estamos en un mundo de inseguridades. Con una Unión Europea atrapada entre las amenazas provenientes de Estados Unidos, la agresividad rusa y las dependencias de China. Una Unión Europea que ve como su aliado tradicional la menosprecia considerándola unas veces como rival y otras como vasallo. Pendiente de las elecciones alemanas del próximo 23 de febrero y de la fuerza electoral de partidos y gobiernos que han abrazado el asalto a la democracia estadounidense como una agenda a seguir, la UE necesita acelerar su propia transformación, pero no a cualquier precio. La normalización del uso de la fuerza y la sensación de inseguridad se han convertido en la pista de aterrizaje de las políticas proteccionistas, las apuestas armamentistas y los discursos del miedo. Lo resumía, meses atrás, el hasta hace poco secretario general del Servicio de Acción Exterior europeo, Stefano Sannino, en un encuentro en el Cidob, cuando admitía que "el idealismo no existe en la Unión Europea; existen los intereses". "La voluntad política viene por la necesidad", aseguraba este alto diplomático europeo. Pero la necesidad también ha llevado a esta Unión debilitada a sacrificar principios y valores que habían justificado su existencia.
La agenda de la seguridad se ha impuesto como única estrategia y se ha comido el espacio para la política y la diplomacia en muchos conflictos, pese a las promesas de alto el fuego que salen de los discursos inconexos de Donald Trump.
En este escenario, Europa, "le guste o no", tendrá que asumir su liderazgo, reclamaba la semana pasada el historiador Timothy Snyder en un encuentro con periodistas en Barcelona. "No creo en absoluto que Trump y Putin puedan garantizar una solución sistémica para Ucrania porque Putin no la quiere y Trump no sabe cómo hacerlo –decía Snyder–, pero creo que habrá un alto el fuego que puede convertir a Ucrania en la península de Corea o en Alemania Occidental". La arquitectura de seguridad europea se decidirá en la posible negociación que se abra en Ucrania en los próximos meses. El viaje del asesor de seguridad nacional de Trump, Mike Waltz, a Europa esta semana y la participación del vicepresidente JD Vance en la Conferencia de Seguridad de Múnich empezarán a dar pistas de los movimientos diplomáticos en marcha y de los términos en los que Estados Unidos se plantea esta negociación. Por eso es esencial que los líderes europeos sean capaces de consensuar los tiempos políticos de una negociación que necesita mucho más que el reforzamiento de los presupuestos de defensa de los Veintisiete. Necesitará, sobre todo, dinero para la reconstrucción, compromiso político para la ampliación de la Unión y, ante todo, capacidad de influencia sobre unos Estados Unidos hasta ahora completamente desconectados de la realidad y las prioridades europeas.