Inmigración: el debate y las soluciones

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Un grupo de jóvenes camina hacia el instituto en el Raval, en Barcelona.

Hablar de inmigración en Catalunya es urgente. De los 8 millones de habitantes, un 21% han nacido en el extranjero. Entre los que se encuentran en edades comprendidas entre los 24 y 40 años, este porcentaje sube hasta el 40%. El 35,8% de los menores de 18 años son inmigrantes o descendientes de inmigrantes.

Sin embargo, la urgencia para hablar de ello no tiene que ver solo con porcentajes de llegadas u orígenes. Los principales retos en torno a la inmigración no vienen determinados exclusivamente por las personas que llegan sino sobre todo por las características de los contextos de acogida. El problema es que en Catalunya el contexto no lo pone fácil. Los mecanismos de inclusión social han empezado a fallar. Tal y como señala el demógrafo Andreu Domingo en su libro Catalunya 3D. Demografia, diversitat i democràcia, la causa de este mal funcionamiento está en el crecimiento de las desigualdades y, a medio plazo, en las crecientes limitaciones de movilidad social ascendente.

Tenemos, pues, todos los motivos para hablar de ello. Pero la pregunta, como indicaba Antoni Bassas en este diario, es: ¿sabremos hacerlo? La Europa “noble, culta, rica, libre, desvelada y feliz” de la que hablaba Espriu no ha sabido. Primero, porque asumieron que las penurias de los trabajadores inmigrantes eran temporales y se marcharían con ellos. Después, porque el solapamiento entre exclusión y conflicto, por un lado, y color de la piel, por el otro, incomodaba a esta Europa bienpensante. Por último, porque cuando se pusieron a ello ya era tarde y lo hicieron asumiendo los preceptos de la extrema derecha.

¿Qué podemos aprender de los países vecinos? Lo primero es que los debates maximalistas solo sirven para polarizar. Es absurdo plantearse si queremos o no inmigración cuando tenemos un mercado laboral que históricamente ha supeditado el crecimiento económico al aumento de la inmigración. O es absurdo si al mismo tiempo no planteamos un cambio radical de modelo. Los debates sobre si la inmigración es buena o mala tampoco llevan a ninguna parte. Es el contexto de acogida lo que manda. Si la inmigración llega en un contexto que genera segregación residencial, que no garantiza acceso a una vivienda digna o en la que la escuela ha dejado de representar una vía para la ascensión social, entonces sí tenemos un problema. Los retos en torno al uso del catalán o los resultados escolares son también una manifestación de esta desigualdad.

Lo segundo que podemos aprender de los países vecinos es que mejor evitar la politización de la inmigración. En ningún sitio ha servido para reforzar la democracia y revisar a mejor las políticas migratorias y de integración. Por el contrario, es la receta perfecta para el auge de la extrema derecha. Evitar la politización pasa por abstenerse de hacer declaraciones o promesas vagas que lleven a asociaciones equívocas, que pretendan dar respuestas sencillas a problemas complejos. Pero pasa también por evitar las acusaciones rápidas de racismo, xenofobia y adhesión a la extrema derecha. Y pasa también por no negar ciertas problemáticas y malestares reales. Las explicaciones y el debate franco, más que las acusaciones, son las que cuentan. Dejemos la inmigración fuera de la carrera electoral y de la competencia entre partidos. Solo podemos perder.

Evitar la politización no significa rehuir el debate. Esto es lo que no siempre han entendido las izquierdas. Es necesario hablar de inmigración. No hacerlo sería una irresponsabilidad: los retos, vinculados a esta creciente desigualdad, son demasiado importantes. ¿Cómo hablamos entonces? No hace falta siempre mirar fuera de casa. El Pacto Nacional para la Inmigración (2008) supo primero promover el debate y, después, tejer consensos, pactar diagnósticos y construir una aproximación conjunta tanto en el relato como en las respuestas. Tanto es así que ni la crisis económica ni los atentados en Barcelona y Cambrils de 2017 representaron un giro significativo de guión. Repitámoslo. Si lo hicimos una primera vez, deberíamos poder hacerlo una segunda vez.

Hablar de inmigración y hacerlo bien es urgente, pero no es lo único que debe hacerse. No todo ocurre por el discurso. Tanto o más urgente es abordar las cuestiones estructurales, en este caso, esa desigualdad creciente que afecta a quienes la padecen pero también a la sociedad en su conjunto. La respuesta neoliberal consiste en dejar hacer y contemplarlo sin más. Pero el mercado laboral, tal y como recordaba Josep Oliver en el ARA, no lo arreglará solo, es justo el origen del problema: atrae a población de origen migrante y a la vez la deja en los márgenes. La verdadera solución pasa por reestructurar este mercado laboral y por más políticas sociales, de vivienda y educativas. Es justo ahí donde estamos fallando. Y de eso no podemos culpar a la extrema derecha. La extrema derecha será solo la consecuencia.

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