Luces y sombras de la COP28

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El presidente de la COP28, Sultan Ahmed al Jaber, a la izquierda de la imagen.

La Cumbre del Clima en Dubai, encabezada por Sultan Ahmed al Jaber, jefe de la petrolera de Abu Dhabi, no auguraba grandes progresos en la lucha contra el cambio climático. Al final, Al-Jaber prefirió tener un éxito en casa más que defender la pervivencia de los combustibles fósiles. Tras muchos tira y aflojas, el comunicado final, consensuado por las 198 delegaciones y por primera vez en cerca de treinta años de cumbres, llama a desvincularse (transition away) de los combustibles fósiles en los sistemas energéticos ya acelerar las acciones para alcanzar cero emisiones limpias (net-cero) en 2050. La cumbre se ha quedado a un paso de hacer un llamamiento a la eliminación de los combustibles fósiles, y ha incluido sólo su desvinculación de los sistemas energéticos y no, por ejemplo, los utilizados en la fabricación de fertilizantes o plásticos .

¿Será suficiente para mantener la temperatura de la Tierra por debajo de los 1,5 grados de calentamiento en relación con la era preindustrial? La COP28 dice que las emisiones de gases de efecto invernadero deberían haberse reducido un 43% en 2030 respecto al nivel de 2019, cuando los planes actuales de los países sólo garantizarían una reducción del 5%. La cuestión es qué compromisos concretos se han tomado. Se ha constituido formalmente el fondo de ayuda a los países más pobres por parte de los países avanzados que se han beneficiado de los combustibles fósiles, pero el acuerdo venía ya de la COP27. Aparte de este fondo, podemos recoger tres compromisos. El primero ha sido confirmar el acuerdo de 50 compañías de petróleo y gas (entre ellas, ExxonMobil, BP, Petrobras y Saudi Aramco) para eliminar los escapes y la quema de gas metano, que puede haber contribuido en hasta el 30% del calentamiento desde la era industrial. El segundo, recoger un mandato del G20, ratificado por EEUU y China, de multiplicar por tres la capacidad de generación renovable para 2030. En 2022 se habían necesitado 12 años para hacerlo, ahora habría que acelerar. Esto es técnicamente factible dadas las rebajas de costes de la energía solar y eólica, pero choca con obstáculos burocráticos y con la mentalidad esquizofrénica de querer renovables “pero no cerca de mí”, como a menudo ocurre en Cataluña. Además, para expandir las renovables es necesario invertir en transmisión y distribución para que la energía producida tenga salida. El tercer compromiso es aumentar sustancialmente la eficiencia energética doblando su tasa de crecimiento para 2030, por ejemplo en la construcción de viviendas o en el transporte con el vehículo eléctrico. Incluso si se consiguieran estos compromisos, la Agencia Internacional de la Energía cree que sólo servirían para reducir las emisiones un 30% de lo necesario para los objetivos de control de la temperatura y conseguir el cero de emisiones netas en 2050 Otro tema es la falta de ambición para eliminar el carbón, el combustible más contaminante.

Parece, pues, que las medidas previstas no serán suficientes. La cuestión fundamental es que la contaminación de gases de efecto invernadero es un problema global y es necesaria la acción conjunta de los países para afrontarlo, con EE.UU. y China a la cabeza. Habría que establecer un precio para emitir gases como el CO₂ en todo el mundo. Este precio debería reflejar el coste social de las emisiones que los agentes económicos internalizarían en sus decisiones. Poner ese precio global es complicado. Algunas regiones, como la Unión Europea (UE), tienen un sistema de comercio de derechos de emisión que determina el precio del carbono (este precio bajó una vez terminada la COP28).

Sin embargo, si la UE es la única en aplicarlo, tenemos dos problemas. Lo primero es que el efecto en las emisiones mundiales es pequeño (está por debajo del 7% de las emisiones mundiales). El segundo es que las empresas europeas sometidas al sistema sean menos competitivas respecto a regiones que no tienen el sobrecoste de emisión. Este problema afecta a la industria europea, que ya tiene un coste de la energía muy elevado por falta de recursos autóctonos (en relación, por ejemplo, con EE.UU., que es autosuficiente tras la revolución del gas de esquisto). El segundo problema se puede abordar mediante el mecanismo de ajuste en frontera por carbono (CBAM), actualmente en fase de transición en la UE hasta 2026. Consiste en exigir derechos de emisión a los productos importados en la UE que no puedan demostrar que ya se ha pagado un impuesto al carbono en su proceso de producción. Con los ingresos obtenidos por los derechos de emisión se tendrán que compensar a los consumidores más vulnerables para que puedan pagar los precios más elevados de la energía cuando se tiene en cuenta la contaminación. En cualquier caso, es mejor dar subsidios directos a la renta que a los precios. Las medidas tomadas por la crisis energética han sido un paso atrás, porque se han subvencionado los precios de forma generalizada. En resumen, ha sido una Cumbre del Clima con progresos, pero que se ha quedado corta y con poca concreción.

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