Milei: la época de los lunáticos

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Javier Milei se dejaba querer por sus seguidores días antes de las elecciones que le llevarían a la presidencia.

Hay una tendencia en la izquierda, que deriva en buena medida de una lectura torpe del marxismo, tendente a interpretar los fenómenos políticos e ideológicos como derivaciones necesarias y evidentes de las relaciones económicas. Si gana las elecciones la izquierda es como consecuencia de que la gente ha tomado conciencia del deterioro en las condiciones de vida que provoca el neoliberalismo o, en todo caso, de que la gente valora los derechos sociales y las políticas públicas redistributivas. Por eso, si cuando la izquierda gobierna mejora la vida de la gente, tiene el éxito electoral asegurado. Si por el contrario gana la derecha, el problema es que o bien la izquierda no ha mejorado la vida de la gente o, en todo caso, que la destrucción de los vínculos sociales y comunitarios que genera el neoliberalismo impone una ideología individualista del sálvese quien pueda. En estos análisis, los medios y las redes sociales como terrenos del combate político e ideológico suelen estar ausentes. De esta manera, se llega a decir que la manera de combatir a la ultraderecha y al fascismo en con políticas sociales. A más derechos sociales, menos fachas. Suena bien pero es mentira. Que se lo digan a las feministas que han visto cómo a la extensión de derechos le sucedía una amplia respuesta reaccionaria.

Pueden ponerse multitud de ejemplos y contraejemplos de que la clave para entender el éxito electoral de los Trump, los Bolsonaro, las Meloni o los Milei no es “el neoliberalismo” ni la destrucción de derechos sociales que comporta. Si esto fuera así, en los países nórdicos, en Alemania o en Francia, donde el Estado del bienestar resiste mejor que en el sur de Europa y no digamos que en América Latina, no habría fuerzas de ultraderecha con peso electoral. Y vaya si las hay. Se dirá que en estos países la clave del éxito de la ultraderecha es el rechazo a la inmigración (los ricos no querrían compartir su bienestar), pero el rechazo a la inmigración es, en muchas ocasiones, mayor en los países periféricos. De nuevo América Latina, donde vemos altas tasas de rechazo a los migrantes en países creados por migrantes y productores de migrantes, es un ejemplo de ello.

Entonces, ¿cuál es la clave del éxito de las ultraderechas en tantos y tan dispares lugares? Su absoluta consciencia de que la guerra cultural es el terreno central de la política de nuestra época. Y en esto Milei es un paradigma. Su triunfo electoral describe una nueva época en la que hay que pensar la política en otras claves. Milei no es un partido, ni un proyecto político. Ni siquiera es un líder o una ideología; Milei es, básicamente, un discurso concebido para las redes sociales y los medios de comunicación. Que haya triunfado precisamente en una sociedad como la argentina, derrotando a uno de los aparatos partidarios que representó a su vez el paradigma de la organización política partidaria nacional-popular (el peronismo), es una prueba inequívoca de que estamos en una fase histórica en la que el éxito político y electoral no lo define la fuerza organizativa de un partido con sus militantes y su peso territorial, sino la fuerza de los discursos capaces de arrasar no ya en los medios de comunicación convencionales, sino también en los menos convencionales. Milei representa, una vez más, el éxito de la ultraderecha en la batalla cultural y, como no se cansa de explicar Manu Levin, señala la caja de herramientas de la política en el siglo XXI.

Levin recordó ayer en La Base una de las entrevistas de Milei en campaña que provocó numerosas burlas. Milei presumía de los likes e impresiones que reciben sus tuits, sus vídeos y sus posteos en Instagram y en TikTok, mientras varios periodistas le quitaban importancia, le decían que las redes son una burbuja y que ni los “me gusta” ni la difusión de sus vídeos equivale a votos. Hay todavía muchos politólogos y periodistas que desprecian las redes sociales y que confían en las encuestas (que en Argentina, como en España recientemente, han vuelto a fallar), en los aparatos de los partidos y en los movimientos tácticos de los dirigentes de los partidos.

Ahora que en España los progresistas celebran la habilidad táctica de Puigdemont y la falta de complejos tácticos de Pedro Sánchez, al tiempo que se burlan de la cuadrilla de lunáticos que acude a Ferraz con muñecas hinchables, no debiéramos olvidar que vivimos tiempos de éxito para los lunáticos.

Milei es una señal más de que la democracia liberal está en su lecho de muerte y de que la guerra cultural y sus ritmos infernales están colonizando la lucha política. Ay de aquellos que sueñen con meses de estabilidad política tras la investidura del otro día.

Pablo Iglesias es doctor en ciencias políticas por la Universidad Complutense de Madrid, ex secretario general de Podemos y ex vicepresidente segundo del gobierno
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