Notre-Dame
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La Catedral de Notre-Dame, es más que una catedral, es una silueta que identifica a París. La imagen de las dos torres y el rosetón en la orilla del Sena es inseparable de la historia medieval de Europa.

Quien más ha hecho para que este edificio luzca hoy como un tesoro fue la novela Nuestra Señora de París, de Victor Hugo, que el propio autor utilizó para denunciar el estado de abandono y desconsideración del edificio en un tiempo en el que la historia medieval y la arquitectura gótica eran considerados rémoras del pasado y gastos de conservación absurdos.

El magnífico edificio había logrado sobrevivir a la Revolución Francesa, pero no habría sobrevivido al abandono. La catedral que se quemó hace cinco años era la reconstruida en el siglo XIX: fue el autor de la flecha que señalaba el cielo, el arquitecto Viollet-le-Duc, quien se sumó a la súplica de Victor Hugo. Cuando colapsó el pincho todo el mundo entendió la gravedad del incendio.

Durante las semanas previas y posteriores a la reapertura se han destacado los grandes hechos históricos que ha presenciado aquella magnífica construcción, las bodas de varios reyes, la coronación de Bonaparte como emperador. Vamos a visitar ciudades para andar por calles que otros caminaron antes y algunos lo hicieron en momentos que cuentan la historia de las ciudades y las naciones.

Me gustó que en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos los artesanos de todas las disciplinas fueran protagonistas de una de las grandes coreografías verticales, en los andamios, en el larguísimo escenario fluvial. Me ha gustado mucho, que la preinauguración se haya hecho con más de 1.800 trabajadores que han limpiado la piedra, han rehecho esculturas, han restaurado vidrieras, han repintado retablos y han estudiado y aplicado soluciones arquitectónicas para hacer perdurable la cubierta singular, símbolo del siglo XIX y ahora modelo de solemnidad y solidez ligera del siglo XXI.

En la reconstrucción de este edificio que ahora nadie duda en calificar deemblema de la ciudad más allá de connotaciones religiosas han participado más de 250 empresas y talleres de artesanos especializados y un total de 2.000 trabajadores, la mayoría expertos en los elementos artísticos que dan la grandeza a las naves entrecruzadas. del pasado visitamos las ciudades del presente. Europa es el continente de las ciudades y los edificios que forman las fachadas son un legado preciado de nuestros antepasados. No deberían producirse incendios para darnos cuenta de que las actuales generaciones tienen la obligación de conservar los edificios que nos cuentan como cultura, como nación, como pueblo.

No podríamos explicar la importancia de los condados catalanes sin referirnos a Santa María de Empúries, para los castelloninos, la catedral del Empordà; ni podríamos hablar de la importancia de la Marca Hispánica y el nacimiento de los condes-reyes del casal catalán la independencia del Imperio Carolingio (incluidas las diferencias historiográficas) sin la monumental Gerona; ni de las grandes conquistas y repoblaciones de Jaime I y sus descendientes, sin la grandeza de la Barcelona gótica; ni de la Tarraco imperial de los romanos, con una ciudad medieval levantada contra todas las adversidades, amurallada en plena acometida de peste negra; ni de la Tortosa con la sede al pie de la colina de la Suda, calificada de catedral para confirmar la incorporación de la Cataluña nueva. Como en Girona, los muros del edificio románico se convirtieron en auxiliares de la construcción gótica, la Cataluña que, incorporada al Reino de Aragón, quería controlar todo el Mediterráneo.

No hace falta hacer esfuerzos épicos para demostrar que sin el legado de generaciones que vivieron hace ya muchos siglos, nuestras ciudades no tendrían el atractivo ni los signos de identidad urbana que las hacen atractivas y de las que vive una economía turística que las utiliza sin darse cuenta del valor de cada piedra, de cada edificio, de cada columna.

Sin olvidar la importancia de los edificios románicos, que fueron objeto del programa de 2008 bautizado con el nombre de Romànic Obert y sin desmerecer la inversión privada hecha en los edificios modernistas más visitados y rentables. En la Catalunya gótica, los edificios que coinciden con la grandeza buscada y querida de Catalunya, las inversiones han sido escasas.

Si algunos expertos han apuntado que hay un cierto recorrido francés hasta llegar a Cataluña en el diseño de la tracería de las grandes aberturas de los edificios más emblemáticos, sería interesante que –también– en el cuidado del valor patrimonial y en la restauración fuésemos cuidadosos como ellos.

Las nuevas técnicas aplicadas a la limpieza de la piedra permitirían ver las inmensas naves, la mayor de este período es la de Girona. Los edificios se llenarían de luz, una luz coloreada por unas vidrieras restauradas, limpias y protegidas. También me gustaría rendir homenaje a los que siempre con presupuestos escasos, son auténticos artistas en diversas disciplinas y ahora con nuevas técnicas pueden restaurar vidrieras que demuestran que en la antigua Catedral románica, la que vio y vivió Jaume I ya había vitral figurativo y que ha sido aprovechado y más tarde canjeado en los ventanales de la nueva sede gótica.

En algunas etapas de reivindicación catalanista, nacionalista, soberanista, la reivindicación de la geografía y de sus monumentos históricos han recorrido un sendero conjunto, pero en la última etapa no ha sido así.

Éste es un escrito navideño –y de buenos propósitos para el año nuevo– que quiere ser un agradecimiento a quienes trabajan en las frías alturas de estos edificios, desconsiderados por las artes de nombre propio, pero que sin la suya trabajo los fragmentos de vidrieras emplomadas o los arbotantes apuntalados ya habrían colapsado.

Ellos seguramente preferirían tener menos recepciones oficiales que en Notre-Dame de París y mucha más sensibilidad social e institucional por lo que hacen.

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