Criar a hijos en Suecia, a la vez que gran parte de mi trabajo es estudiar cómo reducir la pobreza infantil, me permite vivir en persona alguna de las principales medidas para conseguirlo. Una de ellas es la prestación universal en la crianza. Cada mes recibimos 265 euros por ayudarnos en los gastos de dos criaturas, y así pasará hasta que acaben sus estudios. Independientemente de nuestros ingresos, y sin haber pedido nunca esa ayuda, ni asumido trámites burocráticos. Y aunque pueda parecer un milagro nórdico, lo mismo ocurriría –y con mayores cuantías– si viviera en Alemania, Países Bajos o Polonia. De hecho, en gran parte de Europa.
Pero si los criara en Catalunya ya ni siquiera tendría la desgravación fiscal por maternidad, que es hasta los 3 años. Una ayuda a la crianza limitada, en tiempo y cuantía, que sólo se complementa para las familias de bajos ingresos con el complemento de ayuda para la infancia del ingreso mínimo vital (IMV). Y eso si saben de su existencia, y si logran superar los trámites administrativos para pedirlo. Si analizamos la situación española, veremos que, no por casualidad, coincide una histórica ausencia de políticas de familia con las mayores tasas de Europa de pobreza infantil.
Sin embargo, en los últimos años algunas cosas han cambiado. Al menos el peso político de esta problemática. Sánchez situó como prioridad la lucha contra la pobreza infantil creando un comisionado su primer año de mandato, que se transformaría el pasado año en un ministerio de Infancia y Juventud. Y en Cataluña el consejero Campuzano ha impulsado una estrategia de lucha contra la pobreza infantil, y ha reclamado una prestación universal por crianza porque la lucha contra la pobreza infantil es una prioridad de país.
Yo misma, a principios de año, pedía en estas páginas, como deseo para 2024, la creación de una prestación universal a la crianza. Y tal vez, como los milagros nórdicos, los de Reyes también existen, puesto que esta semana el ministro de Derechos Sociales, Pablo Bustinduy, ha anunciado la creación de una prestación universal por crianza. Por ahora es sólo una intención, pero si se implantara, no sólo dejaríamos de ser una anomalía en Europa, sino que contribuiríamos a reducir uno de los principales factores de desigualdad –el hecho de tener hijos a cargo– ayudando a las familias con una pequeña parte del coste. Una buena política de familia e infancia, que priorice el bienestar de los niños y niñas y la inversión en el futuro, quedará coja mientras no cuente con una ayuda universal. Criar es muy costoso, pero es la inversión más rentable.