Hace ahora unos días, el conseller Joaquim Nadal decía en unas declaraciones: "Somos un país de primer nivel en ciencia básica, pero no en innovación" Coincido mucho con él, y creo que esta realidad tiene más consecuencias de lo que muchos piensan. El 26 de enero publiqué en estas páginas el artículo “Cómo relanzar Europa en el mundo”, que seguía al del día 13, titulado "La UE, ¿residual en el mundo?". Son el reflejo de una preocupación sobre el futuro de la UE, preocupación que siento, leo y veo a mi alrededor. Anuncié la voluntad de seguir con el tema señalando aspectos concretos. Lo hago hablando de nuestro país y del conjunto de Europa, tomando como primer tema el papel que jugarán la investigación, la tecnología y la innovación.
1. Las claves del papel global. Creo que no somos conscientes de que el papel que pueden jugar en el mundo diferentes estados o grupos de estados no depende sólo, ni sobre todo, de su número de habitantes, de la extensión de su territorio o de su riqueza en recursos naturales, sino también de su capacidad de generar conocimientos y convertirlos en herramientas tecnológicas que permitan a la vez aumentar el bienestar de sus ciudadanos y la competitividad de sus empresas en el mercado mundial. El reciente crecimiento del papel de China en relación a EE.UU. no se debe a que sean muchos más y tengan bastantes reservas de recursos naturales, sino que están consiguiendo ponerse al nivel de los estadounidenses en temas de investigación y de innovación tecnológica, gracias a decisiones políticas de impulso de estas actividades. Algo menos importante, pero similar, está empezando a ocurrir con la India.
2. La situación de Europa. Simplificando, se puede describir así: El número de habitantes está muy lejos de China y de la India, pero es superior al de EE.UU.; su extensión territorial es pequeña, y sobre todo muy escasa en recursos naturales, tanto alimenticios como minerales o energéticos. Ha vivido y prosperado en los últimos siglos comprando, o explotando en muchos casos, los recursos de otros territorios y utilizándolos para ser un centro de innovación tecnológica. Ahora se ha quedado atrasada respecto a los nuevos líderes. Tiene también nuevas dificultades debido a la demografía, con un desequilibrio entre defunciones y nacimientos, y con problemas relacionados tanto con la inmigración como con la emigración.
La posibilidad de recuperar un papel global como el que Europa tuvo en los siglos pasados sólo puede venir de unas actuaciones decisivas con tres objetivos: impulsar las actividades de investigación y de innovación tecnológica; reorientar la demografía buscando la inclusión, la equidad y la calidad, y acelerar el proceso de unidad económica y política de todos o de la gran mayoría de los estados, con la construcción de un organismo de carácter federal que, conservando la pluralidad nacional , permita la actuación conjunta mucho más de lo que permite la actual UE. Comento hoy el primero de los tres objetivos.
3. Liderazgo tecnológico. En marzo de 2000, reunido en Lisboa, el Consejo Europeo, formado por todos los jefes de gobierno de la Unión, tomó un acuerdo memorable: establecer como objetivo "convertir a la UE en la más competitiva y dinámica economía mundial basada en el conocimiento , poniendo las políticas de investigación y de desarrollo tecnológico en el centro de la acción política.” En julio del mismo año, el informe de un comité independiente de expertos que me tocó presidir les dijo que este objetivo exigiría, entre otras, dos medidas: "Que se evitaran duplicaciones en los esfuerzos dentro de cada uno de los estados miembros", pero sobre todo que "en los siguientes 10 años la suma del gasto público y privado en I+D debía crecer hasta a representar más del 3% del PIB”. En los meses siguientes se fue confeccionando un programa al respecto que se bautizó como "Agenda de Lisboa", y ese 3% se convirtió casi en un mito.
Mirando ahora un poco atrás, y fijándonos en Europa y especialmente en España, vale la pena contemplar dos realidades. La primera es que se ha hecho público que, de 2015 a 2022, el coeficiente del gasto europeo de I+D respecto a su PIB ha representado sólo la mitad de la que tienen Estados Unidos y, por tanto, el objetivo decidido en Lisboa ha fracasado. Y la segunda, con especial importancia para España y Cataluña, es que es necesario entender que el incremento de los conocimientos y los desarrollos tecnológicos, siendo importante en sí mismo, sólo contribuye al progreso si son utilizados y convertidos en herramientas de cara al bienestar de las personas y la competitividad de las empresas. No sólo hace falta hacer crecer la I+D, sino que es necesario aumentar la I+D+i aplicando los resultados de la investigación a hacer innovación en muchos sentidos, tanto de tipo industrial como de mejora de servicios personales. En Cataluña una parte grande de la investigación y desarrollo realizado en las universidades o en los centros de investigación no se transfiere a las empresas. Esto debe corregirse aumentando las transferencias, aumentando la investigación privada y promoviendo la acción público-privada en esta área.