Los movimientos de enroque del PP y del PSOE

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Sánchez y Feijóo en la Moncloa.

MadridEl nuevo curso político plantea muchas incógnitas, pero siempre sobre la base de aceptar que la legislatura no peligra. Pedro Sánchez se puede sentir seguro en la Moncloa, aunque no le faltarán dolores de cabeza. De entrada, porque no podrá aprobar los presupuestos del 2025. Seguro que este dato no le quita el sueño, porque siempre queda el mecanismo de la prórroga presupuestaria, como han hecho otros gobiernos en el pasado. La característica del momento, en cualquier caso, es la de las maniobras de enroque.

Los dos grandes partidos dedican su tiempo a controlar las grietas internas intentando fortalecer sus respectivos liderazgos. Sánchez y Feijóo están bastante tranquilos en sus despachos, dedicados uno y otro a garantizar el mantenimiento de un discurso más o menos uniforme. El PSOE con un congreso avanzado y este sábado el aperitivo de un comité federal para que quien tenga discrepancias de cualquier tipo pueda expresarlas y, de paso, salir posiblemente perjudicado, porque la disidencia se paga. No hay nada que una más un partido que el ejercicio del poder.

Desafiar al líder es casi siempre un mal negocio. Sánchez tenía poco que perder convocando un congreso anticipado, y el acuerdo del PSC con ERC puede generar ciertas angustias en las filas socialistas, pero en ningún caso un movimiento serio de oposición al líder. Salvador Illa, que ha prometido el cumplimiento del pacto, está de suerte. Sus compromisos con los republicanos serán defendidos por el gobierno central y la jerarquía socialista, al menos de palabra. Y los disidentes como García-Page y Lambán, siempre podrán manifestar, si las cosas salen mal, que ellos lo advirtieron. Pero salvo la coartada moral del "yo ya te lo decía" en caso de que el experimento no funcione, sacarán poco de hacer aspavientos después de haber recuperado la presidencia de la Generalitat.

No sería de extrañar que de las protestas se pasara a un cierre de filas, aunque no hay elecciones a la vista, un factor que muchas veces es determinante para recuperar la disciplina interna en un partido. El PSOE ya perdió suficiente poder territorial en las elecciones municipales y autonómicas del año pasado como para confiar en recuperarlo enfrentados con el gobierno de Sánchez y en el PSC. Su juego debe ser el de sacar lo más posible para sus respectivas comunidades, y la negociación sobre la financiación autonómica les permitirá. Esto que hace el gobierno de prometer ahora modelos singulares para todos es algo más que un ejercicio de prestidigitación. Pero la historia dice que siempre que se ha negociado un nuevo sistema –y, singularmente, si se ha hecho primero con Catalunya– nadie ha salido perdiendo. En cambio, lo razonable sería que allí donde hay bajada de población no se pretenda mantener el mismo volumen de recursos.

La situación del PP

Por otra parte, el PP también necesita escenificar su cohesión y lo que llamamos la unidad del discurso. Feijóo pasa siempre muy estirado por delante de sus dirigentes autonómicos cuando los convoca a una reunión en la sede popular, en la calle Génova. Tampoco teme que le estén preparando ningún disgusto. Incluso la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, parece más tranquila en los últimos tiempos. Pero esto no significa que le hagan más caso. Estos días ha propuesto que ninguno de los barones del PP vaya solo a la Moncloa si lo convoca el presidente del gobierno, y la mayoría no ha seguido ese discurso. Al contrario, algunos han aclarado que irán de inmediato si les invitan. Es lo lógico. El otro día coincidí con el portavoz popular, Borja Sémper, que vino a decir que el PP seguirá haciendo lo que le toca, pero en el fondo con pocas esperanzas de conseguir algo relevante en estos momentos, porque lo más importante, que sería derribar al gobierno, o dejarlo muy tocado, no ven cómo pueden conseguirlo.

No es extraña esta confesión, porque no hay posibilidades de una moción de censura capaz de sacar a Pedro Sánchez del poder, y tampoco hay perspectivas de anticipación electoral. Ya hubo una el pasado año, en julio, y vista la suerte que tuvo el PSOE –aparte de sus méritos para provocar la movilización–, nada aconseja intentar repetir de la jugada. Ahora no toca, ni conviene a los intereses de los socialistas. Algunos dirán que esta fase va camino de ser una legislatura perdida. Pero mientras el mercado de trabajo funcione como ahora, se mantenga el volumen de empleo, y la gente aguante el nivel de inflación, la calle probablemente seguirá tranquila. Eso sí, continuarán los movimientos de enroque, como la designación de José Luis Escrivá como gobernador del Banco de España.

Ha habido críticas a este nombramiento. Pero vistas las polémicas por los informes y previsiones del Banco de España, la decisión era de esperar. En esta fase en la que el gobierno tiene una gran debilidad parlamentaria, lo más importante es agarrarse fuerte donde se pueda. Vivimos en un estado democrático y lo que debe funcionar es el control de la administración y los organismos públicos. Nadie ha discutido la preparación del exministro Escrivá para asumir ese cargo, y será su gestión la que permitirá tumbarlo a pedradas dialécticas o que obligará a los más críticos a recoger velas. Su nombramiento no es comparable a otros casos de designaciones a favor de amigos y conocidos del gobierno, con competencia más que discutible para los cargos que desempeñaron. El factor confianza también tiene que ver con el acceso de Óscar López al gobierno. Yo le vi llegar a la sede socialista de Ferraz de la mano de Pepiño Blanco, ex secretario de organización con Zapatero. Luego tuvo un cargo que quiere todo el mundo, el de presidente de Paradors. Militancia y fidelidad son dos palabras clave en ese caso.

Donde no deberían esperarse maniobras de enroque en estos momentos es en el ámbito judicial. Lo que hace falta es ver cómo trabaja Isabel Perelló al frente del Supremo y del Poder Judicial. Ahora todo el mundo pide respeto: los jueces que los políticos no les presionen y los políticos que los jueces no hagan política. El Consejo del Poder Judicial podrá recuperar algo de credibilidad si cubre los altos cargos de la justicia con buenos profesionales. El Constitucional volverá a ser un campo de batalla por decidir sobre el encaje de la ley de amnistía en la Constitución. Pero le avalará. Es una carta muy valiosa que a Sánchez le asegura la continuidad, porque Junts, si es necesario, le apuntalará.

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