La película El 47 es una preciosa aventura de lucha de los 70, cuando parecía que todo era posible. Por ejemplo, secuestrar un autobús y llevarlo a un barrio suburbial de autoconstrucción, Torre Baró, uno de esos lugares donde, como decía Paco Candel, la ciudad pierde su nombre. En la Barcelona y Cataluña de la Transición ocurrieron cosas increíbles. La gente, cargada de ideales, creyó que era posible cambiar la historia, hacer justicia. Un poco sí lo consiguieron. Un poco: no hubo ruptura. Pero cuánta emoción, cuántos esfuerzos, cuántos aprendizajes en aquella poco.
No hablaré deEl 47. Si no lo ha visto, hágalo. Hoy lo hago de otra lucha que también merecería una película: la movilización para conseguir una escuela en los solares de la antigua fábrica Pegaso. Aún con el dictador vivo, los vecinos de Sant Andreu y la Sagrera se unieron y pusieron contra las cuerdas al Ayuntamiento y al Estado predemocráticos. Y después, sin solución de continuidad, incomodaron a la Generalitat de Tarradellas. Padres, madres y maestros querían una escuela nueva, distinta, participativa, autogestionada. Con el edificio finalmente hecho, los maestros funcionarios de toda la vida se pusieron en contra. Entonces unos pocos docentes implicados, con cientos de niños a su cargo, pusieron en marcha sin cobrar. Marta Mata y otros líderes del mundo educativo buscaron salidas. Hoy Pegaso es una buena escuela pública.
Esta experiencia queda reflejada en una exposición de la bienal de arte Manifesta 15, con libro-catálogo incluido. Se puede ver en la antigua sede de la editorial Gustavo Gili (la entrada es gratuita). Se recogen diferentes y radicales prácticas pedagógicas catalanas, desde las conocidas experiencias pioneras de hace más de un siglo de la Escuela Nueva de Ferrer y Guardia (por cierto, hoy existe una escuela que lleva su nombre a Ciutat Meridiana , cerca de Torre Baró), o las escuelas del Mar (de Pere Vergés) y del Bosque (Rosa Sensat), hasta este caso poco estudiado y divulgado de la Pegaso, para el que Anaïs Florin ha recuperado materiales de archivo, incluido un documental pedestre de época, filmado en súper 8, titulado Escuelas en lucha y hecho por los protagonistas del momento. Seguro que en esta historia hubo varios Manolo Vital, el hombre que inspiró El 47, tan bien encarnado por Eduard Fernández.
Toda esa gente, la mayoría inmigrantes, merecen un reconocimiento. Lo tuvieron muy difícil. Al igual que los demás catalanes de hoy. ¿Cómo puede que nos cueste tanto, una vez más, ponernos en su piel? ¿Cómo puede cuajar la mala leche de Orriols? Candel fue el primero en ponerles cara, nombres y relato. Ahora la editorial Libros del Siglo ha recuperado la obra de 1957 Donde la ciudad cambia su número, pero en traducción al catalán de Gerard Bagué. "A mi querido padre, la traducción al catalán de una de sus novelas más celebradas le habría parecido una idea fenomental", escribe la hija.
La obra candeliana refleja la vida en las casas baratas de Can Tunis, en las faldas de Montjuïc, donde el autor creció. Es muy recomendable visitar las casas baratas del Bon Pastor, museizadas, muy parecidas a las de Can Tunis. Candel no sólo tuvo problemas con el régimen (el gobernador civil, Acedo Colunga, ordenó retirar la obra de quioscos y librerías), sino también con sus vecinos. Como no se había molestado en cambiar nombres y motes, se vieron demasiado reflejados. Un día un hombre se presentó en el portal de su casa con una navaja: "Me dijo que no creía en la justicia, que sólo creía en la justicia que se tomaba cada uno. No es sólo hoy que la justicia es una cojonada. Entonces también lo era". Esto lo escribía Candel en 1990. Hoy quizá les diría lo mismo a los Marchena, Llarena, Barrientos...
El libro también tiene héroes comprometidos, como el abnegado doctor Carles Ribas, a quien, gracias a la obra de Candel , un mecenas anónimo dio un millón de pesetas para que pudiera levantar un dispensario. Justicia poética. Torre Baró, Pegaso, Can Tunis... Memoria indispensable de la Catalunya marginal y luchadora, tan injustamente menospreciada.