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El traje de Trump vs. la sudadera de Musk: qué nos dice la ropa sobre quien manda en la Casa Blanca

Elon Musk y el presidente de Estados Unidos Donald Trump en la Oficina Oval de la Casa Blanca en Washington
14/02/2025
3 min
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Seguro que la última portada de la revista Time, con un Elon Musk cómodamente sentado en el famoso escritorio Resolute del presidente de Estados Unidos, hizo algo de daño a la megalomanía de Donald Trump, que corrió a convocar una rueda de prensa en el Despacho Oval, con una puesta en escena clara para no dejar dudas (o generar más) sobre quien manda de verdad.

Donald Trump, silencioso, se presentó agarrado a su poltrona sin dejarla ni un instante. Elon Musk, en cambio, estaba de pie y en actitud informal –con un hijo trepando por su anatomía–, que contrastaba con la dureza de la política de recortes en la administración que estaba exponiendo. Con el gobierno de Trump ningún detalle está dejado al azar, ni las palabras, ni las posturas, ni los tuits ni, tampoco, la vestimenta. Tanto Trump como Musk, pese a la gran distancia estilística, representan las dos caras de una misma moneda en la teatralización estética del poder.

Donald Trump suele demostrar su poder a través del clasicismo del traje sastre, como símbolo inequívoco de poder masculino blanco. Una tipología de prenda que, desde hace dos siglos, encarna el elitismo social, los valores conservadores y el liberalismo económico. Pero vestidos masculinos los hay de muchas tipologías y formas. El de Trump, normalmente, es de grandes proporciones y mejilloneras prominentes. De hecho, la prominencia de los hombros es un recurso antiguo de escenificación de poder, como ejemplifican claramente las imágenes de Enrique VIII en el siglo XVI, que, a través de ellas, aludía a la fuerza física, a la vez que le posibilitaban ocupar más espacio e imponerse en sociedad. Pero si en el caso de Trump está muy clara la estrategia estética, ¿cuáles son los secretos de Musk a la hora de demostrar poder con su vestimenta?

Musk pertenece a la familia estética de los tecnoempresarios que, desde los años 80, dieron forma al nuevo hombre de negocios que abandona el clasicismo del sastre y opta por ropa juvenil y deportiva, como las sudaderas, las zapatillas y las gorras. Un claro ejemplo es Steve Jobs, que vestía siempre de la misma manera (ya veces incluso iba descalzo), como un eco del hippie antisistema que algún día fue. Una postura totalmente afín a la estrategia de marketing del primer ordenador personal de Apple Mackintosh de 1984, con un anuncio de Ridley Scott que hizo historia al emitirse durante la Superbowl de ese año.

Scott presentaba a IBM como el Gran Hermano orwelliano y el Mackintosh de Jobs como una promesa de libertad que nos posibilitaría una revolución social en materia de democracia, con un mayor reparto del poder. Ciertamente, los ordenadores personales, lejos de salvarnos del estado de control del Gran Hermano, simplemente han sofisticado sus métodos y aumentado su dominación y eficacia delegando en cada uno de los usuarios su propia vigilancia, como afirmaría el filósofo surcoreano Byung-Chul Han. Del mismo modo, la estudiada informalidad estética de Jobs, que pretendía distanciarse de los valores de los yuppies de los 80, entre los que se encontraba un joven Donald Trump, simplemente era un juego del trilero para llevarnos, al son del flautista de Hamelín, a un nuevo estadio más agresivo del capitalismo.

Las gorras, las sudaderas con capucha y las zapatillas son la nueva estética del poder, que, a través de los tintes de juventud y los aires lúdicos deportivos, visten falsos aliados del bien común y la igualdad social. Claramente, la potencia de lo juguetón hace que bajemos la guardia y que se apacigüe la sensación de peligro, sobre todo porque estamos acostumbrados a ponernos en guardia tan sólo con las estéticas claramente vinculadas al poder, como las de los hombres de gris. Es mejor que Trump no se confíe ante un Musk con zapatillas, gorra y acompañado de su hijo juguetón, porque, tal y como nos lo han colado en el resto del mundo, esta informalidad esconde el peligro de que Trump, como ya se advirtió en la rueda de prensa, acabe tragado y ahogado por sus propias mejilloneras.

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