La Europa del miedo

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Alice Weidel y Tino Chrupalla, los líderes de la formación de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), celebran el resultado de las elecciones europeas el pasado domingo.

La vieja Europa ha quedado atrapada entre la desmemoria y el malestar. Los buenos resultados de la extrema derecha en las elecciones europeas en Francia, Alemania, Italia, Bélgica o Países Bajos apuntan directamente al corazón de la construcción europea; en los países fundadores de una Unión que nació como antídoto del fascismo. La victoria de la formación de Marine Le Pen, Reagrupamiento Nacional (RN), en Francia, o la segunda posición de una Alternativa para Alemania (AfD) cargada de escándalos y de exhibiciones retóricas blanqueando al nazismo, ganando especialmente entre los jóvenes y en el este del país, es una señal de alarma que va más allá del castigo severo a unos gobiernos terriblemente impopulares. Olaf Scholz y Emmanuel Macron son líderes debilitados. Pero el triunfo de la extrema derecha es el resultado de una superposición de malestares –democrático, económico y social– que han sumado electores dolidos. Hace tiempo que se sienten menospreciados.

Hay un desencanto con la política, en general, y con la Unión Europea, en particular, que se ha alimentado con cada crisis, y se ha infravalorado después de cada elección que las grandes familias tradicionales han ganado por la mínima.

Hace una década, en 2014, el diarioLe Mondeadvertía ya en un editorial que la Unión Europea estaba inmersa en una “deconstrucción desde la base”, con unas instituciones comunitarias cuestionadas desde la calle y desde las urnas. También el poder del motor franco-alemán lleva tiempo gripado.

Por un lado, desde la crisis económica Alemania se deshizo del peso de la culpa que ligaba su destino a la construcción europea. Por otro lado, el centralismo francés se edificó sobre una idea de uniformidad que no existe, y hoy es Marine Le Pen –tras su enésima transformación en busca de homologación– quien centraliza parte de los malestares de Francia.

Es la economía

Según el Eurobarómetro, el encarecimiento del coste de la vida es la preocupación más urgente para el 93% de los europeos, seguido de la amenaza de la pobreza y la exclusión social (82%). Una encuesta de Ipsos, a principios de curso, revelaba ya que casi un tercio de los europeos están en una situación financiera “precaria”.

Con una economía alemana que no arranca y una élite parisina completamente desconectada del resto del país, las fracturas políticas se han agravado por los efectos de los desafíos económicos y sociales.

La capitalización del malestar y de la falta de expectativas ha movilizado, sobre todo, a los jóvenes, cada vez más alejados de las fuerzasmainstream. Los votantes menores de 30 años se decantaron por partidos de extrema derecha. No sólo en Alemania o en Francia. La rebaja de la edad de voto favoreció también el ascenso de la extrema derecha a Bélgica, Austria, Malta o Grecia.

La fisonomía de la Unión Europea está cambiando a cada elección. La UE, como proyecto en construcción permanente, ha ido mutando al dictado de cada nueva mayoría. Los discursos políticos de Berlín y París parecen desconectados hoy de las urnas.

Hace años oí decir al politólogo Hans Kundnani que hay líderes comunitarios que todavía siguen imaginando una Unión que ya no existe. Con el cordón sanitario completamente superado por las necesidades aritméticas de gobiernos cada vez más débiles y con el descontento social como motor de la movilización política, la UE entra en una nueva fase de inestabilidad.

La extrema derecha "soluble"

La tentación de establecer nuevas líneas rojas que refuercen la idea de que existe una extrema derecha “soluble”, como le llama el presidente de la Fundación Robert Schuman, Jean Dominique Giuliani, apta para disolverse en alianzas de conveniencia o de necesidad está cada vez más presente. En esa nueva realidad, Giorgia Meloni es la gran ganadora.

En 1993 el periodista Alain Duhamel publicó un libro de análisis sobre el aumento del “miedo” en el discurso político francés en el que ya advertía de la angustia de los franceses por el nuevo mundo globalizado. Treinta años después, el miedo se ha convertido en la herramienta política definitiva que está transformando a Europa.

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