El martes por la noche, en La 1, estrenaron La bien cantá, un talent show centrado en el género musical de la copla española. Los participantes cantan María la portuguesa, La Lirio, A tu vera, Viva el pasodoble, Campanera, El emigrante o Garlochí. Un concurso muy castizo que sigue los patrones habituales de cualquier otro talent show actual. En la ambientación dominan los colores rojo y negro de la cultura flamenca. Hay claveles, peinetas y tul negro para reforzar ese espíritu de tradición cañí, esa visión más estereotipada del folclore español. Se detecta cierta voluntad de renovar el género. Pero las pretensiones de acercarse a la marca Rosalia fracasan, dejando el programa en una especie de carnaval, con planteamientos estilísticos a medio camino entre el ritual de una secta y un cabaret cutre.
Los talent shows de cantantes se han convertido en una coartada de las teles públicas para vender cultura musical y han acabado siendo franquicias comerciales sin alma. La bien cantá es antigüedad pura. Es un formato caduco que ha confundido la modernidad con el disfraz. A la hora de apelar al folclore y la tradición, en vez de entender la evolución cultural, han caído en una pantomima visual casposa.
Paradójicamente, mientras en La 1 emitían este estreno, en La 2 recuperaban el programa Imprescindibles que homenajeaba a la periodista cultural Paloma Chamorro, fallecida hace siete años. Directora y presentadora de La edad de oro, convirtió el programa en uno de los formatos históricos de Televisión Española. Se recordaron sus contenidos experimentadores, vanguardistas y provocadores que revolucionaron la forma de hablar de cultura en televisión. A través de la pantalla, Chamorro llevó el underground de Londres y Nueva York a las casas de un país que apenas se estaba acostumbrando a la democracia. Habló de subculturas y tribus urbanas, reflejaba las inquietudes culturales a través de la música en directo, reportajes y entrevistas. Fue un programa transgresor y polémico y, si bien en algunos momentos podía pasarse de rosca, supo elevar el discurso crítico y abrir ventanas a la reflexión intelectual. En otros programas como Trazos, incluso integró la llegada de las emisiones en color como parte de una revolución visual a través de planteamientos artísticos. Se movía bien entre artistas geniales como Miró o Dalí, detectó talentos entonces emergentes como Miquel Barceló. En La realidad inventada entrevistó a artistas como Haring, Warhol, Mapplethorpe, Lichtenstein, Basquiat o Koons.
Chamorro hizo una televisión moderna, que no se acomplejaba nada a la hora de hablar de cultura ni temía por si el espectador estaba preparado para aquellos contenidos. Acabó expulsada de la televisión por un conservadurismo miedoso. No se toleró que una mujer que desafiaba los convencionalismos demostrara aquella influencia mediática. Era el eslabón más fácil de atacar. La noche del martes, mientras en La 1 teníamos un ejemplo de la televisión más pasada de moda, La 2 nos demostraba que la modernidad no la dicta el año de emisión sino la actitud y la mentalidad.