El instante que quizás todos busquemos en nuestro día a día
Cuando Henri Cartier-Bresson, uno de los grandes fotógrafos del siglo XX, ya había dejado la fotografía, le preguntaron en una entrevista cómo ocupaba su tiempo. Y respondió: “Observo”. Para él, observar lo era todo. Y esta idea se condensa a la perfección en la exposición Watch! que hay ahora en el centro de fotografía KBr de Barcelona. Tal y como advierte el título de la magnífica retrospectiva, la cuidadosa y audaz selección de imágenes prioriza su mirada. Sean cuales sean las circunstancias de Cartier-Bresson –en su vertiente más surrealista, en el contexto de una guerra, en medio de una calle, en una manifestación o haciendo un retrato–, reivindica el placer de mirar. Y esto se contagia muy rápido. Contribuyendo al juego de ver y ser visto en el que al propio reportero le gustaba participar, en la exposición nos convertimos en observadores de su forma de mirar. Compartimos su divertimento, su gusto por observar. Y, como una revelación mágica, el mundo que retrató a Cartier-Bresson también nos mira a nosotros. Participamos del intercambio de miradas. El fotógrafo era el observador silencioso, capaz de esperar el instante decisivo que le hizo célebre. Una fracción de segundo irrepetible en la que converge una composición llena de belleza y, a la vez, un momento lleno de significado. Es como si el mundo y la intuición del artista confluyeran para crear un instante de emoción, de poética inesperada que nadie más sabía que se escondía en esa escena. Un momento decisivo que no puede fabricarse ni inducirse, pero que Cartier-Bresson intuía, esperaba e identificaba. Y le cazaba con la cámara antes de que desapareciera: “Fotografiar es poner la cabeza, el ojo y el corazón en el mismo punto de mira”, decía.
La retrospectiva funciona por acumulación. No se trata sólo del impacto individual de una fotografía o de otra, sino del efecto de todo el conjunto. Irte colocando delante de cada imagen te va conectando con la actitud vital y la filosofía de ese capturador de instantes. Es como si te contagiara una manera de mirar.
El fotógrafo, al que Truman Capote bautizó como “la libélula eléctrica”, captaba la fascinación de unos niños observando cómo unos perros hacían equilibrios en una calle de París, o el gesto de desconfianza de una turista en Venecia, o la alegría de unos trabajadores saliendo de una fábrica de Palermo, o la tensión escéptica de unas abuelas esperando la llegada de Charles de Gaulle a Aubenas. “Para mí la cámara es un cuaderno de esbozos, un instrumento de intuición y espontaneidad, el ama del instante que, en términos visuales, cuestiona y decide a la vez”.
Cartier-Bresson se definía a sí mismo como “un saco de nervios esperando el instante preciso”. Esperaba ser ungido por la fortuna del azar objetivo, pescar un momento de revelación en el que entran en sincronía el fotógrafo y el mundo. Y ese instante acaba revelando algún mensaje más profundo. A pesar de estar presente en momentos históricos, admitía que sólo le había interesado "la verdad de los pequeños acontecimientos". Sentía que en cada imagen se delataba a él como parte del significado, y admitía: “Estas fotografías son también mi diario. Muestran la identidad universal de la naturaleza humana”.
Quizás es lo que todos buscamos en nuestro día a día, o deberíamos poder reconocer. Ser más conscientes de los detalles, identificar el momento oportuno para intervenir, decidir, cambiar, hablar o callar. En medio de un momento cualquiera, captar su esencia, descubrir cuál es el instante valioso. No sólo se trata de esperar, sino de estar alerta. De mantenernos atentos a encontrar la belleza en medio de lo inesperado, descubrir un pequeño instante lleno de significado en medio del desorden.