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Polémica por los gruños masculinos

Gruños masculinos
Periodista i crítica de televisió
3 min
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Una polémica ha sacudido los selectos ambientes del Upper West Side de Nueva York. Como es habitual en estos espacios donde incluso los caprichos más superfluos están atendidos, los detalles más baladíes a menudo se convierten en un problema de orden público, incluyendo una dosis de drama en las redes. Esta vez, el foco del conflicto ha aparecido en una cadena de gimnasios que, en los últimos doce años, ha sufrido una expansión fulgurante. Son los Solidcore, unos gimnasios que nacieron en Washington DC y se han bautizado como en fitness boutique. Diez clases cuestan alrededor de unos cuatrocientos dólares. Han reversionado –o copiado– el pilates y lo han conducido al extremo. Son clases que llevan la musculatura al límite, en cuanto a fuerza y ​​resistencia, en un ambiente propio de un lounge bar. Salas medio a oscuras, puntos de iluminación azulada para dar un carácter de intimidad y música que induce a un estado de flow. Un clima para reducir la ansiedad social y potenciar la atención en la experiencia individual, tanto a nivel físico como emocional. Se busca que los usuarios se concentren en sí mismos. Estas clases de cincuenta minutos de alta intensidad quieren transformar el ejercicio en una experiencia inmersiva que influya en el estado de ánimo, motivación y autopercepción. Es óptimo, se ve, para las personas que no se acaban de encontrar cómodas en los gimnasios tradicionales.

Desde su fundación, la mayoría de sus clientes eran mujeres. No es extraño en disciplinas asociadas a pilates, que mucha gente –sobre todo hombres– vincula, erróneamente, a prácticas femeninas ligeras asociadas al bienestar. Cuando a través de TikTok se hizo difusión de su elevada intensidad y dureza y de los sorprendentes resultados sobre la musculatura, más hombres empezaron a participar en esta actividad. Y la batalla ha estallado. A un sector femenino que estaba más cómodo en clases sólo con mujeres ahora no le gusta tener hombres al lado que sudan el tocino para completar el programa de cincuenta minutos. "No quiero ver ni un solo hombre", dijeron algunas de las usuarias. Y así ha comenzado una guerra abierta entre las llamadas princesas pilates y los machos de los centros Solidcore. Los hombres, como era de esperar, reivindican su derecho a asistir a las clases, colocarse en el aparato que les dé la gana y ejercitarse vigorosamente hasta la extenuación. Se han sentido perseguidos y señalados porque algunas clientas han colgado fotografías de ellos en las redes sustituyendo a su jefe por un emoji. Pero si avances en los comentarios de la polémica puedes encontrar el núcleo del conflicto. Muchas de las mujeres no se quejan de la simple presencia de los hombres, sino de lo que ha supuesto su irrupción en las clases. Si hasta ahora las mujeres se ejercitaban en silencio, concentradas en sí mismas y en el ejercicio y con la sugerente música de fondo, la presencia de los hombres ha cambiado la banda sonora de la actividad. Están hartos de sentir cómo los hombres de su lado gruñen, resoplan, gimen por el esfuerzo y exhalan fuerte. Todo ello rompe el clima de intimidad y concentración que se había logrado hasta ahora. Muchas mujeres consideran que los machos forzudos han realizado una invasión acústica de la sala que transforma radicalmente la experiencia. Habrá que ver cómo Solidcore gestiona la batalla, y si se planteará practicar la segregación por género. O quizás tendrán que considerar separar las clases entre gruñidores y silenciosos, como aquel dentista del chiste que arrancaba las muelas con o sin dolor. Las clases en las que hubiera gruñidores deberían ser más caras, y así habría más que se esforzarían por ejercitarse en silencio. Si se trata de hacer ejercicio extremo, estar calladitos puede formar parte del reto.

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