Los acuerdos de investidura con el PSOE: ¿victoria o fracaso?

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Foto de familia del nuevo gobierno de Pedro Sánchez frente al Palacio de la Moncloa.

Los acuerdos firmados por los principales partidos independentistas con el PSOE van mucho más allá de la investidura de Pedro Sánchez y han permitido alinear a los partidos catalanistas en una sola reivindicación, la de la amnistía. Si bien no tenemos la fotografía, la futura ley de amnistía ha sido bendecida, no sin matices, de la CUP en el PSC. Sin embargo, después de los hechos de 2017, la conversión de esta coyuntura en una oportunidad política para Catalunya resulta más dudosa. Es por ello que conviene centrar todos los esfuerzos en la gestión colectiva de este pacto durante los próximos meses y años; sólo así podrá pasar de ser un acuerdo de investidura, fruto de la coyuntura electoral, a un acuerdo histórico. Están llamados todos los que han participado e, incluso, los que lo miran desde la barrera.

En mi opinión, estamos ante lo que la politología llama una coyuntura crítica, un punto de inflexión del país en el que el acuerdo con el PSOE puede gestionarse como una derrota o como una victoria. El primer camino es quizás el más fácil de transitar. Cada uno obtiene un beneficio de partido, esboza nuevas alianzas y hace valer sus habilidades negociadoras en su mesa de diálogo entre partidos de cara a una próxima contienda electoral europea, catalana o española. Es una opción que comporta por definición la imposibilidad de hacer ningún tipo de propuesta colectiva, ante la amenaza constante de ser tildado de mal negociador y peor estratega. Este primer escenario es, en el fondo, un juego de suma cero para el país, que más de una década después ha vuelto a la casilla de salida. No son pocos los que se afanan por transitar este camino, que recuerda lo que ya hemos vivido en los últimos años.

El segundo camino pasa por convertir el pacto en un acuerdo histórico, pero a diferencia del primero es todavía un sendero emboscado. Conlleva, en primer lugar, conservar el grueso de la amnistía para formular propuestas políticas que miren al futuro y no al pasado. Lo decía lo mismo Informe sobre el acuerdo de claridad: la viabilidad de cualquier apuesta en la vía acordada depende primordialmente de su legitimidad, de los apoyos con los que cuenta para llevarla a cabo. Al igual que la amnistía.

En segundo lugar, es un camino que puede tener la virtud de evitar lo que quizás ahora es uno de los mayores riesgos que afrontamos como sociedad: el repliegue sobre posiciones polarizadas o, aún peor, sobre posiciones que intenten transformar la frustración acumulada en un programa de pretendida supervivencia identitaria. La gestión de la frustración por vía del repliegue la hemos observado en otros contextos y es muy común en las democracias actuales. Se trata de una narrativa, la de la tragedia sobre la supervivencia nacional, que aunque a corto plazo puede dar notables réditos electorales, a la larga fácilmente evoluciona hacia políticas perdedoras y excluyentes. El debate sobre la nación y la minoría nacional, una polémica en último término sobre si todos los catalanes son realmente catalanes, recuerda demasiado a los desatinos populistas y xenófobas que desgraciadamente reaparecen en toda Europa.

Finalmente, y ésta es quizás la razón más importante, la gestión del pacto como una victoria debe permitir transitar hacia un soberanismo renovado, también generacionalmente. Si hay que mirar al pasado, que sea para ver que el independentismo ha avanzado cuando ha ido de la mano del catalanismo y ha pensado en el grueso y la diversidad del país. El catalanismo es aún mayor que el independentismo. Éste es el reto mayúsculo que afrontan todos los soberanismos democráticos: construir un proyecto que sepa conjugar la aspiración legítima a un estado propio con el buen gobierno de la autonomía, apelando al conjunto de la ciudadanía. Hay que tener en cuenta que casi no se ha salido adelante (ni Quebec ni Escocia se han convertido en estados independientes), pero renunciar a las cotas de autogobierno de que disponemos ya los consensos de país que apuntalan su propia existencia, o tachar -los de obstáculo, implica haber perdido antes de jugar el partido. Utilizar el poder, por débil que sea, en una democracia pasa por mejorar la vida de la ciudadanía, no por segmentarla.

En resumen, hay que aprovechar el final de una situación anómala para el país y hacer de éste momento un verdadero acuerdo histórico. Del cisma que supuso la suspensión de nuestra autonomía debemos pasar a la política de mirada larga. Sin embargo, es necesario reiterar que aprovechar las coyunturas críticas es difícil, porque siempre hay una dependencia del camino ya transitado. Es por eso que este nuevo ciclo debe contar con la complicidad de la sociedad civil, pero deben liderarlo y negociar nuestras instituciones, la Generalitat de Cataluña y más concretamente la presidencia y las consellerias, y no los actores que hasta ahora han jugado en el juego de suma cero.

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