Bebiéndose el mar en Gaza

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Un hombre llevando en brazos a un niño en Gaza.

Hay un libro imprescindible para entender lo que ocurre en Gaza. Se trata de un documento histórico y de una obra clásica del periodismo. Además, está muy bien escrito. Se publicó por primera vez en 1996 y sigue reeditándose. Su autora es la más legendaria reportera israelí. Lo asombroso es que, hasta donde yo sé, nunca ha aparecido por las librerías de aquí una traducción al catalán o al castellano. Es una lástima. Porque, insisto, Drinking the sea at Gaza (“Bebiéndose el mar en Gaza”), de Amira Haas, es un libro imprescindible.

Amira Haas (Jerusalén, 1956) tiene lo que podríamos llamar, en términos israelíes, un pedigrí impecable. Sus padres, sefardí ella, asquenazi él, sobrevivieron a los guetos y los campos de concentración nazis. A diferencia de muchos otros, cuando emigraron a Israel se negaron a aceptar la casa que les ofrecía el gobierno: no querían ocupar el hogar que sus propietarios, una familia palestina, habían tenido que abandonar a la fuerza poco tiempo atrás.

Amira estudió en la Universidad Hebrea de Jerusalén, se instaló durante unos años en Amsterdam, trabajó en los empleos más diversos, aprendió diversas lenguas europeas y, de vuelta en Israel como profesora, empezó a publicar artículos en pequeñas revistas de izquierda. En 1989, cuando se derrumbó el régimen de Nicolai Ceaucescu, el diario Haaretz buscó a alguien que se animara a informar sobre lo que ocurría en aquel brutal invierno de Bucarest y Timisoara. Como Amira podía hablar rumano, la eligieron.

A su regreso se especializó en cuestiones palestinas. Y en 1993, cuando los Acuerdos de Oslo abrieron una pequeña rendija de esperanza, se instaló en Gaza. Era la única periodista israelí que vivía en la Franja. En 1996 publicó Drinking the sea at Gaza, una crónica felizmente despojada de elucubraciones y sensiblerías, en la que describía cómo el momento de esperanza había quedado enterrado bajo la violencia israelí, la corrupción y la incompetencia de la Autoridad Palestina, la creciente brutalidad de Hamás y la Yihad Islámica (que se hicieron con el poder una década más tarde) y la imposibilidad física de desarrollar una vida mínimamente satisfactoria en un gran campo de refugiados que, poco a poco, fue convirtiéndose en prisión.

Nótese que el libro apareció en 1996. Han pasado 27 años. Y, sin embargo, en Drinking the sea at Gaza está todo lo que ocurrió y todo lo que iba a ocurrir.

Yo llegué a Jerusalén en la primera década de este siglo. Nunca había pisado Israel. Pedí ayuda a Eugenio García Gascón, patriarca de los corresponsales españoles, y él, además de explicarme noche tras noche (abusé a fondo de su amistad) los intríngulis locales, me entregó una lista de libros de obligatoria lectura. Encabezaba la lista Drinking the sea at Gaza. En cuanto lo terminé, Juan Miguel Muñoz, mi antecesor, me acompañó en mi primera visita a la franja.

Estamos acostumbrados a ver las ruinas de Gaza tras cada bombardeo. Estamos acostumbrados a relacionar Gaza con el terrorismo de Hamás. Estamos acostumbrados a las imágenes de cadáveres y entierros, a los gritos, al furor y al dolor. Pero eso es sólo una parte de la realidad. En Gaza viven 2,2 millones de personas apretujadas (6.100 habitantes por kilómetro cuadrado), de los que el 40% son menores de 16 años. En Gaza hay fundamentalistas islámicos y laicos descreídos, hay terror y fiestas familiares, hay escuelas y arsenales, hay hambre y excursiones a la playa. Hay trabajadores que cruzan cada día los muros de la Franja para trabajar en Israel. Hay seres humanos de todo pelaje que viven como pueden.

Haas, como Gideon Levy y otros grandes periodistas israelíes, forma parte de la redacción de Haaretz (“La tierra”), un diario fundado en 1919 y convertido hoy en casi el último reducto del antiguo sionismo de izquierdas. Haaretz, como Haas, no intenta deshumanizar a los palestinos, sino más bien lo contrario. Eso es remar contracorriente. Y cuesta. La mayor parte de la actual población israelí no alcanza a comprender que una periodista judía como Amira Haas viva en Ramala, la capital de la Cisjordania ocupada, y comparta las penurias palestinas. Por supuesto, Haas es muy criticada en Israel. Y también en los territorios palestinos, donde impera la propaganda. Porque Haas se ha pasado la vida informando, lo que significa indisponerse con unos y con otros.

Hablé alguna vez con ella. No me pareció precisamente simpática. Amira Haas es firme, obstinada, incansable. Aquel primer libro suyo, Drinking the sea at Gaza, debería traducirse a todos los idiomas y estar disponible en todas las librerías y bibliotecas. Eso nos ayudaría a comprender que, en ese conflicto terrible, nada es blanco o negro: impera una triste gama de grises.

Enric González es periodista
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