Una clase En el campus de Bellaterra de la Universidad Autónoma de Barcelona.
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Como en la universidad (sobre todo en el sector de arte y humanidades; y, quizás, un poco en el de las ciencias sociales) estamos al final de la cadena educativa, ni se nos pregunta nada sobre competencias e incompetencias, contenidos de todo tipo, procedimientos y proyectos (logros o no), ni nada. De hecho, se da por sentado (y con razón) que, en algunas de las universidades catalanas, hay unas facultades de pedagogía (o de psicopedagogía, según el interlocutor al que te dirijas) donde se piensa profundamente en estas cuestiones y, después, los resultados de tanta reflexión se extienden por toda la escala educativa, desde los más pequeños hasta los alumnos que quieren graduarse en estudios superiores.

Por tanto, en las universidades sufrimos un doble problema que, en el caso de los niveles educativos anteriores (no querría decir inferiores y que se interpretara mal), no tienen tan agudizado. En primer lugar, no se nos pregunta nada; en segundo lugar, también sufrimos, como toda la cadena, los excesos, el lenguaje incomprensible y todo lo que cuelga de las novedades psicopedagógicas que son aplicadas, con mano de hierro, en todo el país.

Muy probablemente, nadie debe de saber que en la universidad también sufrimos un déficit estructural de comprensión lectora; también chocamos con los límites, cada vez más estrechos, de una expresión escrita digna de una cultura sin escritura; de una falta de vocabulario, no ya especializado, sino general, que asusta; de unos déficits de redacción que convierten un texto en un jeroglífico esotérico; de un problema insólito entre emisor y receptor, que se expresa en una crisis de comunicación cuando se quieren transmitir conocimientos mediante esta cosa tan arcaica como es una explicación oral en clase –ahora se le llama clase magistral, con un deje de desprecio – de unas dimensiones insondables. Todo esto es muy serio y va mucho más allá de la desaparición de las lecturas obligatorias de las asignaturas de literatura, último fenómeno que nos ha llegado de las autoridades y especialistas en educación (es un decir) que mandan en ese país.

Tienen toda la razón: los niños, desde pequeños hasta el momento de irse de la facultad, deben saber competir (competencias) en un mundo feroz y despiadado. Ser competente significa tener unos instrumentos para espabilarse. Estos instrumentos no deben ser demasiado sofisticados, sino muy eficientes y de resultado inmediato: el ordenador, la tablet, el móvil. Un libro no ofrece este rendimiento: debe leerse, entenderse, requiere tiempo y esfuerzo. Es necesario intentar saber qué se lee, su contenido, su significado; incluso, habría que saber explicar lo leído; y, si se tiene algo de criterio, opinar sobre el texto leído. Y, si se pregunta sobre qué se ha leído, es necesario saber escribir, expresarse mediante una redacción. Ya no vale decir lo del refrán catalán de "el leer te hará perder el escribir". Ahora ya no hace falta leer; por tanto, no es necesario saber escribir (al menos con un bolígrafo en la mano).

Competencias para competir, instrumentos rápidos, de alta velocidad, y con contenidos no muy complicados, para estar en condiciones de competir bien. Y proyectos para competir y ganar (lo que sea). Todo lo que no sea esto es nostalgia, como decía hace unos meses una de las autoridades de la nueva pedagogía más escuchadas de ese país. ¿Memoria? ¿Para qué? Recitar un poema no te hace poeta, decía este experto. Y tenía toda la razón. También es cierto que saber de memoria las características de tu ordenador portátil no te convierte en ingeniero informático.

¿Escribir a mano, con un bolígrafo o una pluma? Pura nostalgia. Se escribe en ordenador, se envía por correo electrónico lo escrito y ya está. ¿Leer un libro de historia contemporánea en una asignatura de historia contemporánea? ¿Para qué? ¡A un alumno de esta materia le hicieron leer uno de 300 páginas! Su respuesta, cuando acabó, fue: "La verdad es que nunca más leeré un libro de historia tan largo". Exacto. Imaginad una alumna de Filología Catalana, interesada en la literatura catalana del siglo XX. Leer los últimos volúmenes de la Història de la literatura catalana? ¡Pero qué dices!

Por cierto, el "Carles Rives" y el "Raimundo López" del título son Carles Riba y Gregorio López Raimundo. Extraído de un examen de cuarto de carrera este junio. Este país se cae a pedazos.

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